sábado, 19 de febrero de 2011














No hay resto arqueológico pequeño a la hora de pensar en su integración en las obras públicas.

Es cierto que puede resultar problemático, que suele encarecer la obra que se realiza, que genera molestias y que hace que los ritmos de una obra se alarguen.

Todo es cierto, pero también lo es que esos restos estaban allí antes de que a nadie se le ocurriese reventar el pasado con un martillo neumático o una tuneladora.
Como también lo es que esos restos constituyen parte importante de nuestra historia y que un país o una ciudad sin historia está condenado o condenada a la mayor de las miserias.
Como también lo es que en el año 1968 se aprueba una Recomendación de la UNESCO sobre la conservación de los bienes culturales que la ejecución de obras públicas o privadas pueda poner en peligro que establece:

 “Considerando que, en consecuencia, urge armonizar la conservación de la herencia cultural con las transformaciones que reclama el desarrollo social y económico, y que es necesario hacer los mayores esfuerzos para que ambos requerimientos se cumplan dentro de una amplia y constructiva comprensión y con referencia a una planificación adecuada”



Y como también lo es que nuestro país aprobó y se adhirió a esa recomendación.
Es cierto que no siempre se hace bien, pero al menos en Sevilla se hace. Hay otros lugares donde ni tan siquiera se hace ese esfuerzo.

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