viernes, 28 de septiembre de 2012


Humor de perros


OPINA Diana, con la flema inglesa que se ha hecho habitual en ella en estos últimos años, que este país no lleva buen camino. Y me preocupa el comentario porque no suele ser ella de las que habla en demasía ni suelta palabras vanas y porque, además, cada vez que habla, ya digo que pocas veces, atina con certeza de arquero suizo. Dice, mientras se recupera de una esguince que la mantiene postrada, en reposo y de manifiesto mal humor, que el viaje emprendido por España a través del túnel del tiempo va en dirección contraria y que bueno viene a ser el dicho de que para atrás ni para coger carrerilla, porque pudiera ser que tres o cuatro cosas que antaño, cuando la transición, se pillaron con alfileres, peguen ahora el reventón por las costruras y en lugar los dos pasos adelante y uno atrás del camarada Lenin, nos vayamos todos del tirón y de cabeza al caos, lugar primigenio, oscuro y precosmogónico que debe ser como Seseña pero sin la Radial y sin Mercadona. 

Como no suelo soportar la segura tozudez de Diana, le argumento que en España, casi como en el resto de Europa y desde hace un par de años, los parlamentos y hasta los gobiernos pintan menos que follatabiques en Madrid, que es un señor al que no tengo el gusto de conocer pero al que todo el mundo cita como referente universal de mamarracho de poco peso e influencia en la Villa y Corte, y que todos sabemos que, en realidad los que mandan lo hacen desde organismos que nada tienen que ver con el sietema democrático que hasta hace poco conocíamos. 

Craso error, me replica mientras husmea de acá para allá, dándome a entender que su larga herencia genética de perseguidora de zorros, la hace poco menos que infalible en los análisis de política internacional. Que las cargas policiales, me dice, las dirige el Ministerio del Interior y no el FMI y que los tiros de la estación de Atocha no los soltaba Christine Lagarde, que el nuevo código penal se lo ha inventado el liberal Gallardón y no el BCE o que el esperpento de Televisión Española y de las JONS,que va a dejar sin trabajo a los de Intereconomía por la derecha, lo controla con mimo el mismo Rajoy y no Durao Barroso y mientras sigue con su avalancha de argumentos y me mira con un puntito de desprecio, callo y disimulo intentando inútilmente rascarme la oreja con la pierna con cierta naturalidad, y todo, todo, porque el veterinario le ha prohibido correr por la Cuesta de los Chinos hasta que se recupere y como no la subo a la Alhambra desde hace días, está de un humor de perros.

jueves, 20 de septiembre de 2012

RADICAL


MARÍA Dolores de Cospedal, ya me imagino que sabrán quién es, ha declarado recientemente, con la misma solemnidad con que de niña debió renunciar a Satanás, a sus pompas y a sus obras, que Griñán, Presidente de la Junta de Andalucía, es un izquierdista radical porque se ha quejado de que Rajoy esté intentado, por la vía de la asfixia económica, lo que no pudo conseguir por la vía de las urnas en las pasadas elecciones autonómicas; cortarle la cabeza al Presidente o, si no pudiera ser, partirle por lo menos las piernas a hachazos que, para el caso, viene a ser lo mismo. Y no es que me esté inventando conclusiones sanguinarias o que esté sacando deducciones aventuradas el señor Presidente en su queja, es que para confirmar la hipótesis, otro bien templado personaje popular, el alcalde de Sevilla y Secretario General del PP andaluz, ya saben, el del Metro de Sevilla, en el rancio tono monacal que le caracteriza, reivindicaba hace unos días que lo que Andalucía necesita es un "rescate político" que, no se a ustedes, pero a mí me suena a subversión del orden constitucional, más o menos a la altura de su título VIII que, para qué nos vamos a engañar? nunca le ha gustado un pelo al siempre dialogante PP.

Como me falla la memoria y hasta mis hijos suelen decir que me repito, no sé si les he contado ya que a mí me da la impresión de que el objetivo de una buena parte del PP en la actualidad no es el de gobernar España pensando en el futuro, ni siquiera en su futuro, que sería cosa más de entender, sino el de gestionar una parte del pasado con la que se sienten manifiestamente incómodos: la transición democrática y, por eso, ahora que pueden, sueñan con volver el calendario al 20 de noviembre del año 1975 y corregir algunos capítulos absolutamente inaceptables de aquella parte de la historia. Entre otros, el que otorgó un Estatuto de Autonomía a Andalucía contra todo pronóstico de la derecha española, fuese la mesetaria o fuese la periférica que no recuerdo yo, ya saben mi mala memoria, a los vascos o catalanes echando una mano a los andaluces en aquella batalla que peleamos y ganamos solos.

Los insultos, descalificaciones, chantajes y no sé cuantas cosas más que el gobierno de la nación y todo la derecha, incluida la catalana, dedican a Andalucía, con perseverancia de memos, han alcanzado su momento de mayor brillo, en la presión de Rajoy sobre los bancos para que no financien con sus préstamos, como ha sido habitual, a la Comunidad Andaluza y entregarla así, atada de pies y manos a los designios de Montoro. Y mientras, dice Cospedal que Griñán es radical.

jueves, 13 de septiembre de 2012

LA SOLEDAD DEL GOBERNANTE


La soledad del gobernante

JUAN CAÑAVATE | ACTUALIZADO 14.09.2012 - 01:00
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SORPRENDE, para su aspecto, la fortaleza que demuestra el señor alcalde de Granada cargando sobre sus hombros cualquier peso que le pongan por delante. En serio, créanme, que no hay ironía en mis palabras, sino el reconocimiento sincero de su responsable bonhomía y de su sacrificio y entrega cotidiana. Hace unos días, sin ir más lejos, intenté cruzar la plaza de Bibrrambla ocupada por arriba y por abajo, en las marquesinas dispuestas al efecto y en donde no están las marquesinas al efecto, con mesas y terrazas y, al no poder hacerlo, le pedí a una joven camarera que habilitara si tuviera a bien, un pasillito, aunque fuera estrecho, para poder cruzar. -Al alcalde, al alcalde-, me respondió la amable señorita, miestras me hacía ver que, de esas cosas, quien daba las órdenes personalmente era don José y descubriendo yo, con admiración, que entre don José y la decisión de llenar aquello de mesas hasta la fuente no había nadie sino la soledad del gobernante, a veces tan incomprendido cuando los que le rodean no dan la talla. Y es que, al margen de la amistad que, según cuentan, mantiene nuestro preclaro regidor con un conocido hostelero que cada día gana unos pocos metros más a nuestras plazas para incorporarlos a su negocio, ya me había llegado a mí la noticia de que el señor alcalde, cuando no le gusta lo que ve, se arremanga y decide él solo y sustituye las farragosas recomendaciones técnicas del personal municipal, por sus decisiones personales, que pudieran parecer arbitrarias, pero que en realidad son concluyentes. 

Presume, también, según comentan, de trasladar cualquier asunto por muy técnico que sea, al espinoso espacio de la polémica política donde, honesto es reconocerlo, suele fajarse bien y le gusta presumir de ello, y transforma cualquier nimiedad que pudiera resolverse con un poco de sentido común o un lápiz y una goma, en un pulso que está acostumbrado a ganar con la sin par ayuda de su amable clá y la más que evidente debilidad de su oponente; una oposición que no termina de encontrar suelo firme donde apoyarse y hueco por donde devolver los golpes. 

Empezó por el Metro, que los técnicos dijeron que por arriba y él que por abajo y que la culpa era de Sevilla, y consiguió ganar la batalla y hundir media ciudad, y siguió con el AVE y más o menos, lo mismo. Y ahora se ha metido en el berenjenal de dejar al Albaicín aislado, pese a quien pese. Problema que, seguro estoy, como el del Metro en el Zaidín, podría resolverse con algo de reflexión y de diálogo, aunque tuviera que dejar de ser la demostración gráfica de que aquí manda su sombrero y de que los autobuses pasan por donde su excelencia diga.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

LA GRAN OLA

NO tenía yo la intención de hacer de esta columnilla una experiencia multimedia y, más que nada, porque difícil se pone descubrir en segunda vuelta lo que no se percibe a simple vista o convertir, por más que fuera mi deseo, palabras en imágenes que no se correspondan con ideas. Por eso y porque parece que está más que demostrado que el arte es inefable y que de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse, parece un intento vano que yo les intente contar o referir cómo es un cuadro. Así que si el editor de esta columna no lo remedia con una foto al pie, más vale que busquen ustedes en su ordenador o incluso en algún libro de arte, que también los he visto yo en alguna tienda, la imagen de la que les quiero hablar y que me lleva rondando en la cabeza desde el principio de este verano.

Basta con que pongan en ese divino invento que es el google, alguna frase sugerente como "la ola del japonés" y del tirón les saldrá una cosa que algunos llaman "la gran ola de Kanagawa"; una estampa japonesa del periodo Edo, del pintor Katsushika Hokusai y fechada más o menos en 1830. ¿A que ahora sí que les suena?

Bueno, pues situados ya, les diré que a mí me ronda la imagen, con insistencia de samurai, desde que el gran timonel Mariano, cogió la caña del timón, mientras pasaba la mar de picadilla de levante a huracán y, en lugar de buscar puerto, que suele ser lo sensato en estos casos, puso proa a mar abierto que es donde más o menos se encuentra ahora el esforzado capitán y todos con él, sin estrellas que le guíen, sin rumbo y en medio de una galerna de padre y muy señor suyo y al pairo de lo que venga.

La gracia de la ola de Hokusai, si es que la tiene, fue la de captar dos cosas singulares que le dan toda su fuerza expresiva al cuadro, la primera es el tiempo detenido antes de la catástrofe absoluta. La gran ola levanta su gigantesca cresta dominando toda la composición y ahí, en ese punto crítico, se paró el bueno de Hokusai, esperando, en aparente calma, el castañazo final. Más o menos como Rajoy y su gobierno en este otoño. La segunda, la fragilidad de los tres esquifes que bailan impotentes bajo la gran ola y a cuyas bordas se asoman, aterrados, los marineros que esperan el desastre. Quizás sería conveniente mirarlos con detenimiento por si alguno nos resulta familiar o quizás sería conveniente también ir buscando alguien que tenga el título de patrón de barco y tirar al gafe por la borda.

lunes, 3 de septiembre de 2012

UN CIERTO OLOR


Un cierto olor

JUAN CAÑAVATE | ACTUALIZADO 30.08.2012 - 01:00
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ES posible que los más jóvenes no reconozcan el olor y hasta es posible que algunos de los mayores lo hayan olvidado, aunque tardasen en borrar de la memoria ese tufo incierto a moho que solía acompañarnos, pegado a nuestra nariz o a nuestra espalda, casi familiar y que nos obligaba a mirar hacia los lados o hacia atrás, intentando descubrir de dónde procedía y con el miedo siempre a que el origen estuviese demasiado cerca. Porque es cierto que aquel olor tenía algo de terror imaginario, de habitaciones oscuras y de claustros cerrados, pero también la dosis de realidad precisa para hacer perfecta la mezcla de la esencia; el sudor añejo de las sotanas, el agrio dulzor de las sacristías, la halitosis de los confesionarios y algunas cosas más que iban acompañando la pócima con un toque se santa alegría que hacía su origen aún más tenebroso y turbio: amables meriendas en casas conocidas, inocentes verbenas benéficas en el club, castas excursiones a Torre Ciudad o retiros espirituales en el Escorial con guitarra y pandereta.

Aquello, luego lo supimos, olía al Franco místico de comunión diaria que iluminó los años en que la dictadura perdía ímpetu fascista y ganaba piedad contrarreformista y preconciliar. Aunque los cristianos de verdad tuvieran que esconderse a decir misa en el Pozo del Tío Raimundo o en la Haza Grande, hartos de tanto empalago selecto y cursi y de tanta injusticia y robo bendecido con hisopo y copón.

Decía un amigo que el buen perfume se huele a través del teléfono y aquel, aunque no fuera bueno, se olía hasta a través de la radio, de la prensa, de la televisión, de las tarimas de los colegios pijos, los primeros viernes de mes, de cada mes, de cada año. De cada uno de aquellos años que los más jóvenes no conocieron y a los que a algunos mayores les cuesta ya recordar porque los muy tontos pensaron, pensamos, que aquella santa compaña no volvería a dominar los destinos de esta pobre patria que nunca, ¿para qué nos vamos a engañar? nunca, será un país civilizado y laico.

Ahora ha vuelto el olor con renovada intensidad atravesando las débiles barreras que las leyes o la misma Constitución, sin demasiada convicción, intentaron ponerle y, cuando Gallardón habla del aborto, huele; y, cuando Wert habla de educación, huele más; y, cuando la ministra Fátima Bañez habla de familia y de subsidios, se extiende por todos lados ya ese tufo intenso y terrible que tanto se parece al de aquellos tiempos.