La verdad es que ni me apetece hablar de ellos, pero casi es obligatorio porque si no acabarían venciendo esta batalla por cansancio del oponente y como ellos son incansables, lo obligado es que el resto de la gente también lo sea.
Una "profesora" de religión de un instituto público denuncia la intransigencia y la persecución a la que la someten dos profesores, no de religión, sino normales y corrientes, es decir, funcionarios públicos, porque le han dicho que retire los signos religiosos, cruces y vírgenes, del centro público. En concreto de la sala de profesores. Los obispos arremeten contra la "intransigencia anticlerical" de los funcionarios y los compañeros "profesores" de religión de institutos y colegios cercanos apoyan esa condena episcopal.
Las preguntas son varias pero la primera es la razón por la que hay "profesores" de religión en los centros públicos en lugar de darse las clases de religión en las iglesias.
La segunda es por qué hay que pagar con dinero público a esos "profesores"
La tercera es la selección de esos "profesores". Parece que la única condición es que sean fieles de la iglesia católica o, cuando la presión social es adecuada, fieles musulmanes.
Si se considera que la religión como formulación antropológica y social es importante, los profesores deberían ser los adecuados, pero nadie se plantea que haya unas oposiciones normales y corrientes.
Por no seguir haciendo más preguntas que haberlas, haylas, la última sería que alguien explicase la razón de que algo que corresponde al espacio privado e íntimo del individuo, se traduzca en manifestaciones públicas con signos externos evidentes que, en efecto, pueden herir la sensibilidad de otras personas, dada la trayectoria de la igleisa católica y su connivencia y complicidad con los sectores más retrógrados del poder, por no hablar de otras historias.
Ya sabes de qué pie cojeo, Cañavate, pero, desde luego, esa cojera no impide al sexto sentido -el común- trabajar de vez en cuando.
ResponderEliminarEn los colegios públicos ha de aplicarse la aconfesionalidad del Estado, en los signos y en los contenidos académicos que se imparten.
De este modo, sería deseable que los planes de estudios corrigieran, o lo procurasen, los desequilibrios formativos de la población joven (la no tan joven también los acusa, pero habrá que arreglar esto desde otros frentes).
No estaría de más, en un mundo en el que a diario se producen desgraciados desencuentros entre grupos radicales que dicen defender una u otra religión, favorecer la formación aséptica de la población que aún está en las aulas.
Bastaría, en los colegios públicos, con suprimir la enseñanza dogmática de cualquier religión e incorporar una temática sobre historia de las creencias religiosas (como diría Eliade) en el currículo de Humanidades -no es suficiente, por lo complejo del asunto, la breve referencia que ahora hay.
Pero no desde Jesucristo, ni siquiera desde Zeus. El fenómeno acompaña al Hombre desde muy temprano y observarlo, casi otear, desde la lejana cornisa de nuestros tiempos, puede ayudarnos a comprender que no somos tan distintos de aquellos cavernícolas. Y esto no es malo ni bueno ni todo lo contrario.