No era esta semana la más
adecuada para decir frases como “hay que poner manos a la obra” o “si quieres
te echo una mano”. Y es que el macabro descubrimiento por una arqueóloga de una
mano en un solar de Granada, se ha convertido en una de esas noticias que salta
a las cabeceras de los informativos de televisión antes aún de constatar la feliz
coincidencia de la aparición de la mano con la celebración del día de difuntos
o jalogüin, que es como le llaman ahora los horteras de turno. Y no es que sea
una novedad para una arqueóloga encontrarse con un muerto entero o a pedazos,
que viene a ser práctica habitual en ese incomprendido trabajo que supone la
investigación y recuperación del pasado escondido bajo el suelo de Granada, es
que los muertos de costumbre suelen estar, ¿cómo diría yo?, un poco más hechos, y el siniestro miembro
cercenado de esta historia estaba, por decirlo de alguna forma, demasiado crudo
para tener algún interés para la arqueología. Por eso ha tomado cartas en el
asunto la policía, que no una policía cualquiera, sino una especial que se llama policía
científica y que, tras marear la mano un poco más, con analítica
incluida, como si hubiera ido al Centro de Salud de Gran Capitán, que creo yo
que es el que le toca, ha concluido
igualmente en que tampoco la mano tiene demasiado interés desde el punto de
vista criminal, y que probablemente sea el resultado de una broma de los
simpáticos estudiantes de Medicina. Lo malo es que en la Facultad han tardado
nada y menos en contestar diciendo que
ellos no han echado en falta ninguna mano y que los futuros médicos son
muy serios para esas cosas, aunque se pueda pensar lo contrario viéndolos el
día de su patrón san Lucas. Total, que ahí anda la mano más sola que la
una, más triste que un difunto y sin
entender nada después de la efímera gloria vivida. Y es que es posible que
tengan todos razón y la mano sea de otra naturaleza menos mundana y más mística
y a quien haya que preguntar sea a las
parroquias del lugar por si les falta alguna reliquia, no sea que alguien haya
afanado el relicario de una cripta y enterrado
luego el miembro venerado en el solar para ocultar las pruebas. Imagínense que
la mano fuera en realidad mano de santo y como el brazo de santa Teresa, además
milagrero. Yo ahora ya no sé quién tiene la mano, pero si fuera listo el
encargado de la custodia, probaría a pasarla por algún grano o verruga por si
funciona la cosa y se puede añadir otra atracción turística-religiosa a esta
ciudad que cada día se parece más a la corte de los milagros.
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