viernes, 16 de noviembre de 2012

CUESTIÓN DE MEMORIA


Cuestión de memoria

JUAN CAÑAVATE | ACTUALIZADO 16.11.2012 - 01:00

DEBIÓ ser por los ochenta cuando alguien, con la mejor intención, pensó que sería más fácil cambiar la memoria de la historia que cambiar la historia misma y es que aunque la historia esté escrita y registrada, la memoria viene a ser más maleable y, para conseguir el objetivo deseado, basta con repetir con insistencia una mentira y esperar a que los testigos vivos callen para siempre o mueran de viejos o de aburrimiento. Cambiar la memoria exige, sobre todo, obstinación y perseverancia en la mentira, algo a lo que los bien nacidos de esta tierra están más que acostumbrados y llevan practicando desde que el tiempo es tiempo. Así que, consecuentes en su empeño, decidieron, con la mejor intención, aclarar un malentendido y declarar que la democracia a España la trajo el rey Juan Carlos I. 

Y como algunos recordaron aquellos versos de Bertolt Brecht: "El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo? Cesar venció a los galos. ¿No llevaba siquiera un cocinero? Felipe II lloró al saber su flota hundida. ¿No lloró más que él?..." 

Concluyeron en añadir, con la objetividad que les caracteriza, que le ayudaron en tan gran empresa otros buenos y honorables demócratas de toda la vida como Suárez, secretario general de Movimiento Nacional unos años antes, Fraga, ministro de Información de Franco o Martín Villa, ministro del Interior cuando la policía tiroteó a cinco trabajadores en una iglesia de Vitoria. Y para que colase el invento y nadie pudiera poner peros en la cruz, añadieron, como de pasada, dos nombres más como encontrados por el camino y que andaban de paso por aquella historia; Felipe González y Santiago Carrillo. 

Y mientras montaban aquella patraña, los auténticos protagonistas de la epopeya, callaron porque sabían que no tiene importancia quién se cuelgue las medallas mientras no corra peligro lo que conquistaron y porque sabían que a los héroes reales los oculta el silencio y la sombra de lo anónimo. Pero ahora, que vuelve a estar todo en precario, descubren que el silencio y la ficción quería también hacer invisibles y obsoletos los mismos instrumentos que usaron para traer la democracia a España con su lucha. Porque, si fueron el Rey o Suárez los príncipes de la Transición, ¿para qué sirvieron las huelgas y las manifestaciones?, ¿para qué las noches en lo calabozos?, ¿para qué las luchas en la universidad o en los institutos o en el campo o en las ciudades? 

Y descubren que en aquel silencio se escudan las preguntas que intenta justificar la soberbia de los actos del gobierno: ¿para qué huelgas y manifestaciones si en realidad no servirán para nada? Y, según parece y a pesar de la patraña, esos a los que nadie conoce, quieren volver a hablar. Yo de Rajoy y sus compinches, me tentaría la ropa.

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