viernes, 30 de noviembre de 2012

HÉROES


Héroes

JUAN CAÑAVATE | ACTUALIZADO 30.11.2012 - 01:00

A un tiro de piedra de diciembre, me da por pensar, mientras releo a Joyce, en los grandes héroes de mi memoria. Será porque Ulises en estas fechas, más que a Homero o a Kavafis me recuerda los "peplums" de mi infancia, que por aquel entonces no se llamaban "peplums", sino "una de romanos" aunque diese igual que fueran romanos, cólquidos o tracios. Lo importante venía a ser la espada, el casco y el escudo y, sobre todo, la capa roja de espadachín heróico en que solía travestirse algún mantel escamoteado de la ropa sucia, aunque fuera de cuadros. Sin capa roja era muy difícil ser un héroe por aquellos días. Luego, cuando el tiempo fue pasando, descubrimos, digo yo que por lo de las hormonas y la sombra del bigote, que los piratas también tenían espadas y hasta capa y que un poco más presentables eran que aquellos señores griegos con faldita corta por los que empezamos a sentir un cierto desapego circunstancial. El problema es que los piratas, por muy aventureros que fueran, no le llegaban a la altura de la sandalia a mitos como Odiseo o Jasón o el mismísimo Heracles, que ese sí que era un héroe. Y ya saben ustedes que un héroe, stricto sensu y durante mucho tiempo, era un semidios; el hijo de un mortal y de una diosa o viceversa y fruto de misteriosa cópula divina, sin paloma de por medio, de la que no dudamos hasta que Robert Graves descubrió que, en realidad, el polvo de estrellas no era tal, sino el resultado del calentón de las sacerdotisas del dios de turno el día, o mejor la noche, de la fiesta del templo correspondiente. A más saturnales, más hijos de Saturno aparecían a los nueve meses del jolgorio. Pero claro, eso de chicos no lo sabíamos y sólo nos interesaba la posibilidad de pelearnos con Polifemo, recuperar vellocinos de oro o liarnos a espadazos con los troyanos del barrio vecino que es lo que habíamos visto en las películas. Aunque tengo que confesar que no me he puesto yo a pensar en héroes porque esté leyendo a Joyce ni mucho menos, sino porque, aunque no quiera, oigo por las mañanas en el desayuno, a las chicas de la mesa de al lado y más que en héroes, pienso en heroinas que sin perder la sonrisa, le dan veinte mil vueltas a la forma de acabar el mes o a planear el futuro cuando se les acabe el paro o en cómo comprarle unos pantalones nuevos a la mierda del niño que ya los ha vuelto a romper, la madre que lo parió....y es posible que ustedes no me crean, pero cuando se me nubla la mirada por el vaho del café estas mañanas tan cerca de diciembre, hasta adivino que llevan una capa roja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario