Arqueología
Reconozco
que me sorprendieron hace unos días las palabras del señor Pérez, subdelegado
del Gobierno en Granada, cuando en un acto oficial, afirmó que la Constitución
Española no es arqueología. Y digo que me sorprendió porque
no esperaba yo comparación tan rebuscada y tan acertada, aunque me temo que
nuestra coincidencia no responda a los
mismos criterios. Porque yo siempre he pensado y algo sé de lo que hablo, que
la arqueología, al contrario de lo que parece, no es un artilugio contemplativo
del pasado, sino que en realidad de lo que se encarga es del futuro y, para eso,
con encomiable compromiso y más o menos rigor, investiga, analiza e intenta
aclarar asuntos algo confusos, casi perdidos y olvidados, recuperados del silencio
una y otra vez, no para deleitarnos en su otoñal belleza o sacar dinero de
ellos, como algunos ignorantes piensan y otros mercaderes desean, sino para
permitirnos mirar hacia el futuro desde nosotros mismos, desde una historia
real que muchos se preocupan con perversa insistencia en ocultar porque un
pueblo confundido y que no sabe de dónde viene, es difícil que pueda mirar
hacia el futuro y saber a dónde va, y porque, aunque a algunos les moleste, la
arqueología es un instrumento de interesante utilidad hoy día.
Por
eso, aunque no tenga las mismas razones que el señor Pérez, estoy de acuerdo en
que la Constitución Española
no es arqueología y es que si un arqueólogo investigase la Constitución y fuese
levantando uno a uno sus estratos e identificando los registros que la conforman,
descubriría sin ninguna dificultad que la Constitución es un cachivache
prácticamente inútil que sólo sirve para saber cómo se fraguó aquel momento
histórico y qué correlación de fuerzas y de voluntades se conjugaron mientras
se escribía. Y no es que no le tenga yo respeto a la norma o a los padres y
madres de la patria, que hacia todos guardo grato afecto y hasta el
reconocimiento de saber que hicieron casi lo que pudieron, es que la realidad
no miente y todo el mundo sabe ya que esa Constitución nació con fecha de
caducidad y con gazapos de bulto, como el mismo sistema que se construyó con
ella.
La
triste realidad de que la correlación de fuerzas y de voluntades hoy no permita
renovar ese texto, no le da una utilidad que no tiene, por el contrario, sólo
confirma el anacronismo de un sistema que no sirve para resolver los problemas
de este pueblo y sí para otras cosas peregrinas; para que Wert traslade el
sistema educativo a la Edad Media
o para que la fiesta que celebra que un niña de hace dos mil años naciera sin
pecado original, vaya usted a saber lo que eso significa, sea tan importante o
más que la de la propia Constitución Española. Así nos va.
Juan
Cañavate
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