jueves, 6 de diciembre de 2012

ARQUEOLOGÍA


Arqueología

Reconozco que me sorprendieron hace unos días las palabras del señor Pérez, subdelegado del Gobierno en Granada, cuando en un acto oficial, afirmó que la Constitución Española no es arqueología. Y digo que me sorprendió porque no esperaba yo comparación tan rebuscada y tan acertada, aunque me temo que nuestra coincidencia no responda  a los mismos criterios. Porque yo siempre he pensado y algo sé de lo que hablo, que la arqueología, al contrario de lo que parece, no es un artilugio contemplativo del pasado, sino que en realidad de lo que se encarga es del futuro y, para eso, con encomiable compromiso y más o menos rigor, investiga, analiza e intenta aclarar asuntos  algo confusos, casi perdidos y olvidados, recuperados del silencio una y otra vez, no para deleitarnos en su otoñal belleza o sacar dinero de ellos, como algunos ignorantes piensan y otros mercaderes desean, sino para permitirnos mirar hacia el futuro desde nosotros mismos, desde una historia real que muchos se preocupan con perversa insistencia en ocultar porque un pueblo confundido y que no sabe de dónde viene, es difícil que pueda mirar hacia el futuro y saber a dónde va, y porque, aunque a algunos les moleste, la arqueología es un instrumento de interesante utilidad hoy día.
Por eso, aunque no tenga las mismas razones que el señor Pérez, estoy de acuerdo en que la Constitución Española no es arqueología y es que si un arqueólogo investigase la Constitución y fuese levantando uno a uno sus estratos e identificando los registros que la conforman, descubriría sin ninguna dificultad que la Constitución es un cachivache prácticamente inútil que sólo sirve para saber cómo se fraguó aquel momento histórico y qué correlación de fuerzas y de voluntades se conjugaron mientras se escribía. Y no es que no le tenga yo respeto a la norma o a los padres y madres de la patria, que hacia todos guardo grato afecto y hasta el reconocimiento de saber que hicieron casi lo que pudieron, es que la realidad no miente y todo el mundo sabe ya que esa Constitución nació con fecha de caducidad y con gazapos de bulto, como el mismo sistema que se construyó con ella.
La triste realidad de que la correlación de fuerzas y de voluntades hoy no permita renovar ese texto, no le da una utilidad que no tiene, por el contrario, sólo confirma el anacronismo de un sistema que no sirve para resolver los problemas de este pueblo y sí para otras cosas peregrinas; para que Wert traslade el sistema educativo a la Edad Media o para que la fiesta que celebra que un niña de hace dos mil años naciera sin pecado original, vaya usted a saber lo que eso significa, sea tan importante o más que la de la propia Constitución Española. Así nos va.

Juan Cañavate

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