sábado, 15 de diciembre de 2012

EL PREMIO NOBEL


El premio Nobel

La ceremonia de entrega del premio Nobel de la paz a Europa, en las figuras de José Manuel Durão Barroso, como presidente de la Comisión Europea, Herman Van Rompuy como presidente del Consejo y Martin Schulz como presidente del Parlamento, quiso adquirir la pompa y circunstancia de un acto de esos que buscan un hueco en los libros de historia, o de conocimiento del medio, como ustedes prefieran. Una jornada feliz e inolvidable para los ciudadanos europeos que se fue desluciendo cuando, mientras los ilustres premiados, y los no menos ilustres suecos, intentaban justificar la faena apelando al mérito de la construcción de una paz europea, que sí que es verdad que lleva ya algunos años de recorrido, Berlusconi, anunciaba que volvía a la política en su país, disparando todas las alarmas en Italia y, de paso, en esa Europa premiada que pasó en un segundo del oropel de la fiesta, al llanto y crujir de dientes. Y es que con el anuncio, muchos y muchas de los que no sabían si a ellos también estaban invitados a la fiesta del Nobel y les tocaba alegrarse, empezaron a preguntarse qué premio merecía una Europa que permitía que corruptos, o puteros de la peor calaña, llegasen a alcanzar las más altas dignidades del Estado, de cualquier Estado de la Unión Europea. 
Y si sólo hubiera sido eso, igual hubiese colado un algo la fanfarria, pero es que, más o menos, todo el mundo, se ha dado cuenta ya a estas alturas, de que la Unión Europea real, la que los ciudadanos viven día a día, no se parece a ese sueño de entendimiento, cooperación y paz que los ilustres suecos han premiado, sino más bien a una pesadilla   de banqueros que han utilizado los instrumentos generados en la construcción de Europa para esquilmar, estafar, empobrecer y humillar hasta la asfixia y la muerte a los países más vulnerables, aprovechado su escasa capacidad de acción y de reacción tras el ingreso a ese club. al que el lunes dieron el premio. Y es que cuando pidieron la entrada les hablaron de una distribución más justa de la riqueza, de corregir los desequilibrios territoriales, de eliminar las fronteras entre norte y sur y no parece que esa promesa tenga que ver con la Europa de Berlusconi ni con la del BCE ni con el sufrimiento de la deuda o el rescate o el déficit o lo que sea y la gente empieza a preguntarse con qué sangre se está pagando el precio de esa paz a la que le dieron el primer premio el lunes.  
Juan Cañavate




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