jueves, 1 de diciembre de 2011

CONFUSIÓN


Confusión

Juan Cañavate | Actualizado 01.12.2011 - 01:00


PARA confusión, la del genial Carlos Faraco en aquel inolvidable Tris, tras, tres de Artemio Espada Clark, cuando no sabía si era un domador chiquitito de caballos japoneses o un domador japonés de caballos chiquititos y es que la confusión es el más claro signo de la genialidad o de la divinidad y si no, miren ustedes la del arte moderno y divino, que del concepto al neo concepto, se ha embarullao en un neo lío entre lo permanente y lo efímero y han montado en Sevilla una exposición temporal, o sea, efímera, con la colección permanente del CAAC que parece algo que, por su nombre de colección y por su apellido de permanente, está más para quedarse que para perderse en el polvo de la historia. Pero es que entre lo temporal y lo permanente ya nada es como era; que antes teníamos muy claro que había cosas que no se tocaban y que ahí iban a estar eternamente.

Como el Valle de los Caídos que uno pensaba que había llegado para quedarse y resulta que de la noche a la mañana, salen de debajo de la alfombra unos señores, expertos al parecer en valles de los caídos, que no sé yo dónde se hará ese máster, que han decidido después de mucho meditar, que hay que sacar a Franco de aquel desdichado invento. Y no sé qué diría el caudillo si levantara la cabeza, dios no lo quiera, pero es que se me da a mí que el único que quería pasarse la eternidad metido en aquella madriguera era el propio Franco y de ahí lo de la losa de quince mil quilos. Aunque eso sí, como los emperadores chinos y rodeado de cadáveres de inocentes que seguro que preferirían dormir el sueño eterno en otro sitio menos estridente y sin la compañía del que los mandó a la tumba. La verdad es que la lógica de los expertos en este caso debe ser divina o, como poco, genial, porque es confusa de narices. Cualquier persona menos laureada hubiese pensado que lo normal sería dejara allí al Generalísimo y a su socio en destruir España y sacar a las pobres víctimas y enterrarlas en algún lugar sin tanto monasterio, sin tanta ostentación de ángeles dolosos y sin esa cruz que ninguno de ellos, que se sepa, pidió para su tumba. Y si hay necesidad de explicar las cosas, mejor no montar un centro de interpretación, que la historia es mejor no interpretarla, sino estudiarla, contarla y recordarla tal cual es y con memoria de elefante, que cuando cosas tan graves se interpretan, al final acaba siendo como en la serie esa de Cuéntame, una cuchufleta blandita, un cuento para inocentes que no hace sino confundir aún más nuestra triste y terrible historia.   

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