Abandono
HABRÁN podido comprobar
que, pese a las previsiones de la cumbre europea, el mundo no se ha acabado este
fin de semana pasado y no digo que me parezca mala la noticia, pero sí que me
recuerda aquellos versos de Kavafis sobre la llegada de los bárbaros a Roma y la
triste melancolía que acabó por invadir a los romanos cuando, finalmente, les
dieron plantón y se les fastidió la caída del Imperio. Y es que hay veces que el
cuerpo o el Imperio piden un cataclismo de cierta intensidad para sobrellevar el
tedio de una existencia miserable, aunque sea la vieja Europa, en este caso, la
que necesita una invasión de bárbaros salvadores. Decía un amigo que Europa era
un gran continente, con un gran pasado y una gran historia, aunque tenía el
problema de que estaba muy mal terminado por el sur, pero yo empiezo a pensar
que es todo el continente el que se ha convertido en una vieja gloria a la que
entre unos, banqueros sin escrúpulos, y otros, políticos sin escrúpulos, han
maquillado hasta crear un esperpento irreconocible y decadente y, aunque aun
recuerdo la ilusión que nos invadió cuando anhelantes nos acercamos a ella la
primera vez, me cuesta reconocerla ya en el arrastrar de esa existencia sin
rumbo que anda casi suplicando su propio fin.
La verdad es que esta
nueva y decadente Europa ya no es de nadie o, al menos, ya no es de nosotros los
que vivimos la dulce ilusión del primer encuentro y que ahora sólo la percibimos
como el vínculo asfixiante del puñetero euro, de ese miserable y único
patrimonio común de un matrimonio de conveniencia que se olvidó hacer separación
de bienes.
¿Pero quien podría imaginar que aquella hermosa historia
tuviese este final y que los nuevos héroes de este viejo desecho de amargura
fuesen ahora el miserable Sylock de El mercader de Venecia o al siniestro
Ebenezer Scrooge de Un Cuento de Navidad?
Nadie podrá
reprocharnos, sin embargo, el abandono y el rechazo porque nadie nos dijo que la
cosa acabaría así y no fueron estos los pactos que firmamos cuando dijimos que
sí a la amable proposición. Nadie nos prometió a esta vieja tacaña que se encoge
en la austeridad del gasto público y del empleo, pero que se vuelve generosa,
zalamera y manirrota con los bancos, esta decrépita piel vacía, carcasa de
huesos macilentos, unánimemente aplaudida por la Merckel y el Zarkosy y el Monti
y el Coelho y el Rajoy y el Zapatero que no se arrancan a bailar por alegrías y
por fiestas ante la miseria ajena porque qué coño, con perdón, van a saber ellos
bailar por fiestas, pero que se les ilumina la sonrisa sólo pensando en la
miseria que han traído, que traen y que traerán a esta vetusta tierra que ha
aguantado ya de todo y que, ahora, ya vencida, sólo pide a gritos una invasión
de bárbaros.
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