jueves, 15 de diciembre de 2011


Abandono

Juan Cañavate | Actualizado 15.12.2011 - 01:00

HABRÁN podido comprobar que, pese a las previsiones de la cumbre europea, el mundo no se ha acabado este fin de semana pasado y no digo que me parezca mala la noticia, pero sí que me recuerda aquellos versos de Kavafis sobre la llegada de los bárbaros a Roma y la triste melancolía que acabó por invadir a los romanos cuando, finalmente, les dieron plantón y se les fastidió la caída del Imperio. Y es que hay veces que el cuerpo o el Imperio piden un cataclismo de cierta intensidad para sobrellevar el tedio de una existencia miserable, aunque sea la vieja Europa, en este caso, la que necesita una invasión de bárbaros salvadores. Decía un amigo que Europa era un gran continente, con un gran pasado y una gran historia, aunque tenía el problema de que estaba muy mal terminado por el sur, pero yo empiezo a pensar que es todo el continente el que se ha convertido en una vieja gloria a la que entre unos, banqueros sin escrúpulos, y otros, políticos sin escrúpulos, han maquillado hasta crear un esperpento irreconocible y decadente y, aunque aun recuerdo la ilusión que nos invadió cuando anhelantes nos acercamos a ella la primera vez, me cuesta reconocerla ya en el arrastrar de esa existencia sin rumbo que anda casi suplicando su propio fin. 

La verdad es que esta nueva y decadente Europa ya no es de nadie o, al menos, ya no es de nosotros los que vivimos la dulce ilusión del primer encuentro y que ahora sólo la percibimos como el vínculo asfixiante del puñetero euro, de ese miserable y único patrimonio común de un matrimonio de conveniencia que se olvidó hacer separación de bienes. 

¿Pero quien podría imaginar que aquella hermosa historia tuviese este final y que los nuevos héroes de este viejo desecho de amargura fuesen ahora el miserable Sylock de El mercader de Venecia o al siniestro Ebenezer Scrooge de Un Cuento de Navidad

Nadie podrá reprocharnos, sin embargo, el abandono y el rechazo porque nadie nos dijo que la cosa acabaría así y no fueron estos los pactos que firmamos cuando dijimos que sí a la amable proposición. Nadie nos prometió a esta vieja tacaña que se encoge en la austeridad del gasto público y del empleo, pero que se vuelve generosa, zalamera y manirrota con los bancos, esta decrépita piel vacía, carcasa de huesos macilentos, unánimemente aplaudida por la Merckel y el Zarkosy y el Monti y el Coelho y el Rajoy y el Zapatero que no se arrancan a bailar por alegrías y por fiestas ante la miseria ajena porque qué coño, con perdón, van a saber ellos bailar por fiestas, pero que se les ilumina la sonrisa sólo pensando en la miseria que han traído, que traen y que traerán a esta vetusta tierra que ha aguantado ya de todo y que, ahora, ya vencida, sólo pide a gritos una invasión de bárbaros. 

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