Agendas
EXPLICABA hace unos años el filósofo Xavier Ruber de Ventós que la demostración más evidente de que el futuro es predecible está en que por Navidad siempre hay alguien que te regala una agenda y será por eso que la realidad se conjuga en los tres tiempos del verbo y no hay futuro al que no le corresponda un pasado. Aunque pueda darse el caso de que un pasado tenga varios futuros. Yo, será por lo de la profesión, me suelo dedicar más al pasado, pero reconozco que a veces es algo incómodo y hasta puede llegar a ser un poco impertinente. La izquierda de este país, por ejemplo, tiene un pasado reciente bastante impertinente si uno se acuerda de Miguel Sebastián en el Gobierno de España, de IU en Extremadura o de Julio Bernardo en la Diputación de Granada. Esos, se quiera o no, son pasados que dibujan futuros inciertos y si se aplica esa técnica predictiva que suele llamarse la lógica de la historia, se termina por entender por qué esta Navidad muchas agendas tendrán reservados días en blanco con la esperanza de conseguir alguna cita en algún despacho del predecible gobierno del Partido Popular.
Así es la lógica de la historia y por eso se puede predecir con tan relativo éxito el futuro, aunque haya cosas más fáciles de adivinar que otras. Por ejemplo, yo les puedo asegurar que en el próximo año, la construcción inmobiliaria, esa maldición bíblica de este país en el último decenio, va a seguir siendo un desastre y el paro va a seguir siendo una tortura y también les puedo predecir que cada uno de los que hoy compiten por organizarnos el futuro, se va a enfrentar al problema de distinta forma y que esa circunstancia introduce una relativa incertidumbre en el predecible futuro.
Entenderán unos que el camino es el mismo que nos trajo aquí; una lucrativa alianza entre bancos y constructores. Y querrán por ello seguir explotando la ciudad, el suelo y el subsuelo, el patrimonio y el paisaje, lo natural y lo artificial hasta su extenuación y agotamiento y seguirán insistiendo en construir ascensores o tapis roulant a la Alhambra, en ampliar la estación de esquí a costa del parque natural, en explotar las plazas y las calles con más negocios o en desproteger sus barrios históricos para hacer apartamentos. Y lo entenderán convencidos de que el futuro se construye así y que ese es el camino para volver a la opulencia de hace años y entenderán que ahora es el momento para cambiar algunas leyes que vienen desde hace tiempo deteniendo el progreso, un progreso de albañiles y de camareros, su progreso, el de mañana, aunque pasado ya no haya mañana.
Otros habrá, también lo predigo, que entenderán que la riqueza del futuro son las leyes que defienden la educación y el patrimonio y la sanidad y la solidaridad con los más débiles y harán la suma de los trabajadores de uno sólo de los hospitales de esta ciudad o de los dos o del futuro hospital del Parque Tecnológico y de la riqueza que generan, no sólo en empleo cualificado y estable, sino también en conocimiento, en ciencias aplicadas a la industria, en tecnología, en desarrollo, en calidad de vida y en derechos y también añadirán, predigo, a esa cuenta, el empleo que genera nuestra Universidad o nuestra investigación o nuestra cultura o nuestro patrimonio histórico y pensarán, convencidos, que así se crea el verdadero futuro, el más sólido.
Y es que el pasado no se puede elegir y hasta una parte del futuro tampoco, pero hay otra, la de la relativa incertidumbre, que sí se puede elegir.
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