jueves, 1 de septiembre de 2011

Agosto y III


la columna

Agosto y III

Juan Cañavate | Actualizado 01.09.2011 - 01:00

TENGO la inquietante sensación de que algo me he dejado olvidado en la casa de la playa este verano y, mientras deshago la maleta sobre la cama y voy guardando, con paciencia y cierta resignación, cada cosa en sus cajones, busco y rebusco en mi memoria y hago y rehago interminables listas que repaso con insistencia de opositor a notaría; las cañas de pescar, las gafas de buceo y las aletas, los bañadores, los libros, la cámara de fotos, la piragua… y nada, todo va saliendo en un orden caprichoso de la mágica maleta de las vacaciones como de las páginas de un cuento y sigue sin faltarme nada en apariencia y sigo, sin embargo, con la sensación de que algo falta, de que algo que debiera estar, no está y repaso, una vez más, los espacios, por si la topografía pudiera prestarme alguna ayuda y hago con ella arqueo de olas y de pisadas en la arena y de espumas y de brisas, sobre todo, en los atardeceres y todo está, parece, donde debiera estar y aún así, mientras voy doblando con cuidado mis tesoros y los guardo en los armarios de septiembre, sigo pensando que algo me he dejado en la casa de la playa este verano. ¿Pero qué me falta? Y paso, ahora que no volveré a usarlas por un tiempo, ordenada revista a las barras de los bares y a las doradas y a los galanes y a los boquerones en vinagre y al pulpo frito y a las cañas de sardinas en el fuego y ahí están y nada falta por más que insista y busque en la bolsa de la playa la cerveza con la copa helada y el último gin tonic y hasta el primer mojito y siga preguntando ¿qué me he dejado yo, con esta cabeza que tengo, este verano, en la casa de la playa ?


Y mientras voy girando con inevitable nostalgia las llaves de los arcones del otoño, por si recuerdo de pronto lo que me he olvidado, vuelvo a repasar los besos tiernos y las caricias dulces, que ya no suelen ser furtivas y las mejillas frescas y los suaves dedos y las más suaves aún, palabras junto al mar y los amaneceres y ahí siguen estando todos y todas en su sitio sin faltar ninguna y ya, casi en el fondo, descubro las luces del poniente y el calor del levante y las risas de los niños en la playa y sueño ya con el próximo verano y descubro, de pronto, con sorpresa, joder, que yo no tengo ninguna casa en la playa.

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