jueves, 8 de septiembre de 2011

DÍAS DE FIESTA


la columna

Días de fiesta

Juan Cañavate | Actualizado 08.09.2011 - 01:00

A don Leopoldo se lo llevó una moto por delante una fría mañana de noviembre y, aunque salió del trance por su propio pie, murió al día siguiente sin demasiado ruido y es que don Leopoldo llevaba ya tiempo arrastrando la tristeza de aquella España gris y, sobre todo, del dolor de la memoria por el pago con el que algunos granadinos habían recompensado su amor a la ciudad. A don Leopoldo lo echaron de malos modos de la Alhambra en el año 36 y suerte tuvo con que el golpe le pillara en Soria, que si no esa Granada oscura le hubiese dado el mismo tratamiento que al poeta, porque tampoco a él le habían perdonado algunas cosas. No le habían perdonado que quitase las ridículas cúpulas de media naranja que Cendoya había colocado en los pabelloncillos del Patio de los Leones y que tanto gustaban a la burguesía de la época ni le habían perdonado que recuperase piedra a piedra la puerta de Bib-Rambla que los comerciantes del centro habían conseguido que el alcalde derribase como si fuera el carril-bici de la época y es que esa Granada rancia ni quería ni podía aprovechar a aquel genio que descubrió cosas que aún andan ocultas para muchos. Descubrió el maestro, por ejemplo, que la ciudad solía celebrar, allá por la Edad Media, una fiesta para conmemorar la llegada del otoño que se llamaba La otoñada o el Asir, que venía a ser la fiesta de la vendimia o del mosto y que era ocasión, según la doctrina malikí, en que estaba permitido a los musulmanes beber el jugo recién extraído de la uva (asir 'inab) por su baja graduación alcohólica. Iban en romería, cuenta el maestro, a alguna de las rábitas que rodeaban la ciudad medieval por fuera de sus muros: a la del "aceituno", que es hoy la ermita de San Miguel o a la de San Sebastián que también era una rábita o zauiya. Por allí, en la belleza del entorno de aquellos lugares santos y sin distinción de raza ni religión, se deleitaban los granadinos bailando zambras, comiendo los frutos del otoño y bebiendo el dulce mosto recién pisado en una tradición antigua y hermosa. Luego, caída la ciudad en manos de los castellanos, gentes aventureras que llegaron de León o de Galicia o de la Mancha, convirtieron aquellas fiestas del otoño, en la de la Virgen de las Angustias para Granada y en la de San Miguel para el Albaicín y es curioso que descubriera don Leopoldo Torres Balbás que las dos fiestas, tan granadinas, tan nuestras, tienen origen moro.   

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