Aunque un tanto heterodoxo y a mi manera, me creo un patriota.
Es cierto que no me dejo arrebatar por la bandera de dos colores ni pierdo el sentido defendiendo lo que es indefendible.
Es cierto que me avergüenzan algunas cosas de nuestro pasado y que suelo tener la solidaridad entre la gente, aunque sean otras gentes, por encima de cualquier principio, pero creo que esas cosas no quitan un ápice de amor a mi país y a mis paisanos.
Me suelo sentir orgulloso de las cosas que hacemos, de nuestros investigadores, de nuestros artistas, de nuestros deportistas, de los emigrantes que durante años fueron construyendo Europa y, sobre todo, de la gente que desarrolla labores solidarias en otros territorios de este duro mundo que nos ha tocado vivir. Cooperantes, empresarios, profesionales, trabajadores, militares, fuerzas de seguridad, ¿qué se yo?
Quizás esta humilde manera de sentirme patriota, sin golpes en el pecho de amor a la patria, me empuja a mí, y a otros como yo, a no pararnos a pensar en los que traicionan a esta patria a la que queremos con ánimo heterodoxo.
Hoy nuestro país ha perdido una parte importante de su soberanía. Quizás la parte más delicada. No es la posibilidad de decidir sobre la selección de fútbol o tonterías parecidas, es la capacidad de decidir sobre sus finanzas. Hoy el que se dice presidente del gobierno ha huido de su puesto, ha olvidado su responsabilidad, ha desaparecido, ha salido corriendo. Hoy Mariano Rajoy se ha comportando como un traidor, como un miserable cobarde.
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