Las olas
Sí que sabía, intuición o años de contemplar el misterio, que allí estaba el origen de la tierra, el mundo tal como lo conocía ella o los otros o todos y también sabía que la evolución de la especie no estaba en la supervivencia del más fuerte, ni tan siquiera en el azar y la necesidad y, por no estar, ni estaba en las extensas sabanas de los primeros monos que levantaron la cabeza en medio de los mares de gramíneas, ni en los trasiegos lacustres de los cazaderos del paleolítico ni en los fértiles deltas nilóticos o mesopotámicos donde se fueron asentando. No, la evolución y la supervivencia siempre estuvieron ahí, en las olas, en la respiración viva del océano, o del mar que es un océano pequeño y cercano, con gambas de Almería y quisquillas de Motril o boquerones victorianos de la Cala o coquinas de San Fernando; ahí en esas olas que traen cosas y que se llevan otras y que, sobre todo traen personas, las gentes del otro lado de las olas. A Fatima, por ejemplo, la trajo una ola hace años desde el otro lado, buscando lo que buscan todos y todas, que es la vida. Después de algunos años Fatima tuvo un trabajo, un hijo y una pequeña casa en un barrio humilde de la ciudad. Hace unos días, el 14 de abril, Fatima le contó que no tenía trabajo, que la habían desahuciado y que le pedían que entregara el hijo en adopción. Fue el 14 de abril, el mismo día que el rey de España cazaba elefantes en Bostwana. Un sitio al que lo llevó otra ola y que está en la misma tierra de la que vino Fatima buscando lo que buscan todos y a la que igual volverá ahora con las manos vacías, no como el rey de Bostwana. Y eso era lo que no entendía de las olas.
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