la columna
Juan Cañavate | Actualizado 12.01.2012 -
01:00
Reyes Magos
ES posible que después de
tantas noches de magos y de reyes que han ido haciendo del tiempo, al fin, un
compañero amable y no la sombra larga y fría de la distancia, se pueda percibir
que el aire está más claro y que hay más luz en la mañana y que después de tanto
darle vueltas, estaba mucho más cerca la memoria de aquel deseo perfecto que
agitaba las sábanas antes de despertar, que alargaba la vigilia y que alejaba el
sueño a pesar del cansancio de los días de fiesta. Tan cerca que se refugiaba
humilde y con toda la ternura de los lejanos años, en una sudadera y unos
patines, aunque quizás, no fueran los patines ni la sudadera, sino la sonrisa y
el brillo en la mirada de la niña que contaba hace unos días y ante la
previsible cámara de televisión, los dos regalos que le habían traído los reyes:
una sudadera rosa y unos patines también rosas, guiada por un realizador, más
previsible aún, que cerraba la noticia con un plano secuencia de la niña
deslizándose por la acera con la misma intensidad con la que entraba el Cadillac
aquel en la violenta y corrupta Tijuana de Sed de mal; como si todo el
tiempo del mundo sólo estuviese hecho para que aquella niña demostrase a los
aburridos mirones de la tele, yo incluido, lo feliz que era con sus patines
nuevos y despertase en la memoria de aquellos aburridos mirones el tiempo en que
el deseo se convertía en realidad cuando llegaba la mañana de reyes.
Y
ahí se me debió quedar el alma la otra tarde, buscando en la memoria opaca de
mis días la última sudadera o los últimos patines que llegaron a dibujar una
sonrisa en mis labios o a encender el brillo de mis ojos y me sonaba, aunque
lejano y confuso, el recuerdo dulce de unas botas de baloncesto rojas, con las
que, no se lo van a creer pero es verdad, corría mucho más y hasta creo que
volaba un poco.
Porque es posible que se haya ido confundiendo, en un
cambalache absurdo, el valor de las cosas y olvidando, al mismo tiempo, que en
estos tiernos juegos, el justiprecio se mide por sonrisas y que no es menester
ir llenando armarios y cajones con torpes sustitutos de alegría que han ido
olvidando lo que fuimos: las sonrisas y el brillo de los ojos que el otro día
estaban en aquella niña con sus patines y su sudadera rosa.
Pero no me
hagan caso, porque el año que viene, cuando vuelva a sonar el pito, volveremos a
salir a la calle a rastrear locales y almacenes, a buscar en las estanterías de
los comercios ilusiones perdidas, a intentar comprar los sueños a precios
abusivos, aunque sepamos que no están allí, que nunca han estado allí.
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