domingo, 8 de enero de 2012

MARIANO MARESCA

Hace unos cuantos años, más de los que a mi me gustaría, le pedí a Mariano un pequeño texto para un proyecto sobre Granada en el que andaba trabajando.
Era un espectáculo teatral para la inauguración de los campeonatos mundiales de esquí en Granada en el año 95, creo.
Después de algún tiempo, Mariano me lo mandó y trás algunos problemas con la organización, el texto no se publicó.  
No diré que el texto cayó en mi olvido pero sí que nunca pude dar con él. Como un idiota buscaba y buscaba en los distintos ordenadores y memorias que había ido guardando y nunca aparecía. Hace unos días, intentando poner orden en viejos papeles, descubrí el texto. Nunca estuvo en  un formato informático y, por eso, nunca di con él mientras rebuscaba en los discos duros de mi memoria.
Ahora que Mariano se recupera poquito a poco, os lo transcribo tal como me llegó. 
Es un pequeño homenaje y espero que a Mariano no le importe.

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"Este texto ha sido pensado para que cada fragmento introduzca en una clave literaria (los recuerdos infantiles de la propia ciudad) cada uno de los momentos más significatrivos del guión del espectáculo, carece, pues, de sentido si se aisla de las imágenes correspondientes.
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A  La historia sólo es verdad cuando la cuenta un niño: antes de que se pudra la memoria, antes de que el amor de la lumbre y el frío de la soledad se conviertan en fantasmas que nos separan de la vida.

1  
Luego supe que había una diferencia importante entre el gris de la barba del hombre que conducía el tranvía de la sierra y las cumbres blancas que, desde mi asiento de madera, veía  a lo lejos. Yo venía de otro mundo: del mar, del sol, de un azul en el que un niño podía confiar. Pero cuando el tranvía me llevaba cada vez más alto, mi corazón de pájaro me decía que el mundo era más grande de lo que yo había imaginado. El mundo era blanco, extenso hasta mi infinito, la escena de toda aventura.

2   

Recuerdo el daño en mis ojos. Oíd sus golpes, como en la fragua con el hierro, como el esparto sobre la piedra, el golpe del hombre. Primero, la duda y el pavor: ahora sueño que es fuerte el que me guía, sin saber a dónde, sin árbitro ni reglas: en la niebla me enseña su rutina y su camino, su insensata decisión de sostener la vida.

2bis  

Nunca he dejado de sentir el hielo. Es una piel que gotea, que me acompaña. De su frío me alimento.


3   

La historia sólo es verdad cuando la cuenta un niño. Yo era un niño cuando vi la primera gota de agua, aquel misterio. Quise jugar con esa gota, pero huía. Huía porque crecía y se hacía un reguero que era una obsesión que se hacía un arroyo que se hacía una decisión que era un río y que se hacía un destino que era el mar, mi mar azul, que recuerdo.
Y el mar luego fue rojo, comno la colina, y dulce como el placer. El frío de los patios, la humedad del arrayán, la soledad del palacio bajo la luna, todavía me acompañan. No hay un dios que tenga para mí la profundidad de aquel lago.

4

El niño ve cómo nace. Pero desde los sótanos la ciudad no marca. ¿Cuánta verdad, de la verdad blanca, puede soportar un hombre? Si oye a Fátima, ¿quién lo atará cuando quiera correr hasta su velo? En la última luz del verano, escondido entre naranjos pequeños, veo hacer el amor. Aprendo. Y en la sinagoga aprendo el gesto que marca al que anda insomne hacia un lago que tendría que ser tan infinito como tanto deseo, como un dios. Así como crecí, confuso en la tormenta en la que no veía. Y el otoño venía antes de que yo viviera: la madre silente, el padre en la fragua, entre dos guerras, entre cantos.

5

Vuelvo. Deseo el lugar dulce del hombre. Canto. 

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