jueves, 19 de enero de 2012

PASADO.DOC

LA COLUMNA Pasado.doc JUAN CAÑAVATE | DESCUBRO en medio del confuso bosque de iconos del escritorio de mi ordenador, un documento camuflado entre decenas que se titula "Pasado.doc" y que no recordaba haber escrito ni haberme descargado, y que me provoca un sudor frío cuando, al abrirlo, veo que no tiene ni una palabra escrita y empiezo a sospechar de una broma macabra que ha convertido el pasado, el mío o el suyo, en una hoja blanca que no es más que silencio y me empiezo a preguntar si estará el disco duro simplemente poseído por algún maleficio infernal o si habrá sido algún virus o si habré sido yo mismo, en algún momento que ahora no recuerdo, el que escribí o mejor, el que no escribí, ese pasado en el que no hay nada, absolutamente nada si no es un vértigo de vacío inmenso y aterrador. Casi seguro estoy de que habrá sido algún virus o casi seguro de que la broma forma parte de una conjura, de una conspiración insana y mefítica contra la memoria que se extiende abusando de la amnesia como de una sucia capa de cal como las que se usaban en aquellas fosas tan familiares para ocultarlo todo, para que nada se recuerde y para que nada se sepa en el futuro y así, el pasado en blanco sea algo parecido a un futuro yerto, sin pruebas ni compromisos, como aquella mirada del perro de la que hablaba Rilke en sus cartas a Cezanne, sin pasado y sin futuro, una mirada de eterno presente. Hace unos días murió Fraga y todo sobre su muerte viene siendo como un capítulo más de "cuéntame", esa serie perversamente boba que intenta borrar nuestra memoria a base de mentiras pequeñitas y convertir la historia en un empalagoso pastel de falsedad, en otra hoja en blanco como todo testimonio del pasado, otro pasquín vacío repartido por hombres grises en las esquinas de las calles mudas. El gran hombre de Estado ha muerto y mejor será que todos olvidemos el brazo tantas veces levantado entre malas compañías y la topografía del dolor y Vitoria y Montejurra, el proceso de Burgos y los duros cerrojos de las armas de aquel alba gris, tantas cosas tendríamos que olvidar. Y quizás por eso y, ya de paso, sería más o menos conveniente quitarse a Garzón de en medio, al molesto moscardón de la memoria que pretende, valiente osadía, pedirle explicaciones a los que ganaron o quizás ni tan siquiera quiere eso y sólo pretende que el pasado no se convierta en una blanca hoja virtual humillada y perdida en un páramo desolado y vacío, que sólo espera que algunos fantasmas vencedores venga a escribir encima sus mentiras. Impertinente petimetre que aún no se ha enterado que aquí en España, en esta patria nuestra, la historia la escriben los que nunca, nunca, nunca, pedirán perdón.

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