miércoles, 19 de octubre de 2011

LAS CAVERNAS

la columna

Las cavernas

Juan Cañavate | Actualizado 20.10.2011 - 01:00
EN los viejos días en que el mundo civilizado se extendía desde Gádir, en el poniente, hasta la lejana Bactria en el oriente, pensar en el mundo bajo tierra era pensar en la ultratumba y en creencias que fueron con el tiempo adquiriendo una lógica común; la de la muerte y la resurrección. Y fueran los personajes, Osiris, en torno al Nilo o Jesucristo, en la vieja Palestina, ninguno alcanzó la magnética seducción de los misterios de Eleusis que venían a explicar, desde el mágico ritual del mito, el ciclo de la actividad agrícola con tres actores principales en el drama: Deméter, diosa de la agricultura, Perséfone, su hija y Hades, dios de los muertos que se la llevó al submundo de donde su madre la rescataba una temporada al año. Así era el subterráneo para el mundo antiguo; un misterio de muerte y resurrección. El mismo ciclo de la vida. Mucho más tarde y desde las frías tierras del norte, empezaron a extenderse por Europa, otros mitos del submundo que hoy son populares gracias a las novelas de Tolkien y a las películas basadas en su obra. Los nuevos héroes de este mundo bajo tierra eran los enanos; cabezotas, intratables, más soberbios que tercos y duros como la misma piedra que tallaban, agujereando incansables el subsuelo para construir sus oscuros mundos de ilusión. Algunos de estos locos obsesivos, como Glimli, el leal compañero de Frodo en la Compañía del Anillo, han llegado a ser incluso más famosos que la vieja Deméter. Pero el mito del submundo no acaba. En los últimos años un nuevo trabajador de las profundidades, un minero mágico con pico y pala, ha aparecido en esta ciudad tan aficionada a las mazmorras, a las cuevas y a las galerías. Empezó el héroe cavernícola, horadando media ciudad con la sagrada misión de construir una cripta monumental, pero no para los dioses, sino para un aparcamiento subterráneo, aunque tuviera, para ello, que arrasar la tierra, los muertos que en ella reposaban y parte de la memoria misma de la ciudad. Siguió su desigual batalla contra la luz y contra la opinión de todos, metiendo el metro bajo tierra, aunque tuviera para ello que reventar la otra media ciudad que le quedaba. Y finalmente, ya la ciudad al borde del abismo, quiere agujerear la vieja colina sagrada para subir por túneles oscuros hasta su cima palatina, sin preocuparle lo qué vendrá después; el no tener dinero, porque pagar, no paga nunca o el que las cosas salgan mal, que si algo se tuerce en el empeño, la culpa la tendrá la Junta.

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