miércoles, 6 de julio de 2011

MANIFIESTO DE LA MEMORIA

la columna

Manifiesto de la memoria

Juan Cañavate | Actualizado 07.07.2011 - 01:00
PASAN uno tras otro los días y siguen pasando sin que acierte a comprender el desaliento, la desesperanza y la quietud que poco a poco se va instalado en nuestros corazones después de los pocos venturosos acontecimientos que tuvieron lugar en estas últimas semanas. No entiendo, por ejemplo, el silencio de los responsables y no entiendo tampoco que nadie mueva un dedo para señalar, aunque sea sin ánimo de ofensa, a quienes debieran haber ya dado explicaciones de las terribles cosas que han pasado, que llevan pasando, no ahora y ni siquiera en estos últimos diez años, sino quizás desde hace veinte o treinta o no sé cuándo, aunque ya sé que pocos tienen la memoria necesaria, sea por falta natural de ella o porque, arrastrados por sus intereses personales, poco tiempo han tenido para mirar atrás y contemplar la distancia que nos separa de lo que en el pasado fue esta historia y, por eso, ahora silban y miran hacia el techo y callan buscando algún rincón discreto, lo más cómodo posible, donde esconderse un tiempo y que les olviden hasta que vuelvan otros tiempos en que volver al tajo venturoso cuando ya nadie recuerde lo que hicieron.

Quizás por eso, los famosos de costumbre, se han quedado mudos cuando tras el gesto, también acostumbrado, de su firma debajo de un papel, han oído tanta acusación de cómplices, de fariseos, de embaucadores porque no esperaban que a ellos también les llegara la hora de nuestra muerte amén; pobres cantantes y poetas y escritores y actores, acostumbrados al aplauso y recibiendo ahora, también tú, hijo mío, el grito airado de los indignados que dicen, que vociferan que también ellos han ido perdiendo la memoria y son por eso también culpables de estos días y de los que aún están por llegar y es que aún, cantantes y poetas, no han entendido que todos somos culpables: los que sacrificaron la memoria traicionando y los cómplices que callamos sin denunciar su olvido, su descrédito, su avaricia, su ignorancia. La de ellos que nos han llevado hasta este sinsentido y la de tantos otros que heredaron los frutos de tanta lucha digna y la sacrificaron no se sabe en nombre de qué ni para qué.

Mientras, nosotros callamos como ahora callan los que debieran dar explicaciones y, por eso, aunque es verdad que son cansinos, casi tanto como el que esto les escribe, aún prefiero dar las gracias a esa gente que ha escrito y firmado un manifiesto, un papel más que pide aunque igual no sirva para mucho, que vuelvan a esta tierra los recuerdos.

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