En el mes de noviembre del año 2008 publiqué en el periódico este artículo.
Ahora creo que el mes de noviembre se ha vuelto a poner de moda.
Noviembre
Se deslizan suavemente los días hacia la nada o hacia su propia muerte por la resbaladiza pendiente de noviembre y, entre el frío y sin saber que todo se conjura para que sea inevitable, transcurre sórdido un mes que aturde con una inconsistencia, con una inanidad que pasa desapercibida para mucha gente, pero no para otros.
Lorca, que veía la obviedad que mucho no ven, describió su gélida ausencia:
“el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas” y la verdad es que, definitivamente, noviembre es un mes gafe.
Pensaba yo, cosas de adolescencia, que era tenebroso por ser el mes que elegían los miserables para morir, pero luego descubrí, con dolor y en carne propia, que también mueren en él los hombres buenos, en cálidos hogares y entre los torpes brazos de gente amada y así, en ese mes tan triste, me arranqué del alma el último jirón de adolescencia que me quedaba.
No, noviembre es un mes gafe porque sí o por la luz o, mejor, por la falta de luz, porque cada día que pasa de él, hay un poco menos de luz sobre la tierra y un poco más de frío.
Y aunque también diciembre sea frío, no es lo mismo, porque regala, hacia el final, el solsticio que cierra el ciclo de la oscuridad y ampara de nuevo la llegada de la luz.
Noviembre no, en noviembre sólo hay muerte.
Por eso yo le tengo tanta manía. En un desprecio inútil, ya lo sé, pero que me ayuda a ser humano, a soportar lo ineludible que cada año vuelve con una insistente bruma de sucio frío y de trama oscura o que te asalta por sorpresa recordándote que, a pesar de todo, también noviembre es necesario, como es necesaria la muerte para que luego todo viva.
Menos mal que luego llega diciembre y en el día más oscuro del año encendemos luces y velas y candelas y nos decimos palabras de amor unos a otros para darnos calor, para ayudar a germinar los frutos que se escondieron con el frío, para amparar la vida.
Menos mal que llega diciembre y ve de nuevo la luz lo que la tierra oscura y fría de noviembre escondía. Menos mal que vuelve a descansar bendecido por la luz del sol lo que la tiniebla enterró.
Menos mal que Ricardo Moles Moles y José García Muñoz, héroes de la resistencia contra los sublevados franquistas, ya han salido a la luz y pueden descansar en paz.
Que la tierra les sea leve.
Juan Cañavate