Hablen de Granada
Juan Cañavate |HASTA hace unos días, el único sobresalto a la campaña electoral en Granada se lo había proporcionado el alcalde el día de su inicio cuando, aprovechando el trance, sorprendió a media España con la revelación de un secreto que dejó a la ciudadanía estupefacta y a los servicios secretos del Estado en tenguerengue: la culpa de todo lo que penaba este triste bajel que es hoy Granada, la tenían en Sevilla y, como después de semejante inicio del debate sobre la ciudad, entendieran en su sede que se quedaba corto el candidato, vino en su ayuda el afamado Pérez, don Sebastián, intentando animar la fiesta colocando algunas cargas de dinamita en los cimientos de Caja Granada para, de paso, acusar al antiguo presidente de la Junta, que todo vale en esta guerra emprendida por el PP para sentar en el sillón de la Diputación al tradicional opositor y esclarecido político.
Es decir que hasta la fecha, el candidato del PP había hablado de Sevilla y don Sebastián también y daba con ello la impresión de que ninguno tenía la más mínima intención de hablar de Granada y de las tristes cosas que en ella llevan pasando en esta triste singladura de los últimos tristes años.
Eso, digo, ocurría hasta hace sólo unos días, pero algo ha debido pasar o han debido oír en esa sede para que el que quiere ser presidente de la Diputación de Granada, haya sacado la artillería que mejor maneja, la que pretende humillar y amedrentar y trasladar el debate político, hacia lo personal, hacia aquello que la gente respetuosa considera que debiera quedar fuera de la bronca acostumbrada. El aspirante Pérez lo ha practicado con Chaves estas últimas semanas hablando prácticamente de toda su familia; sabe hacerlo y ahora lo hace con Paco Cuenca.Lo cierto es que la política es un mundo duro y peligroso, pero también es cierto que hay políticos que lo hacen más duro y más peligroso cuando ven en peligro el objeto de sus obsesiones.
Para el PP, Andalucía es una obsesión y para Sebastián Pérez la Diputación de Granada es una obsesión. El problema de las obsesiones es que, en nada, se convierten en patologías que acaban por requerir asistencia especializada y, a pesar de su maledicente verbo, no quisiera yo ver a Pérez en tal aprieto que bien podría evitar si se dedicase, él o alguno de sus amigos, a resolver problemas en Granada que los hay y no a hurgar en los cubos de la basura que él mismo va llenando con enfermizo deleite.
¡Hable de Granada, hombre!
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