viernes, 12 de octubre de 2012

MEMORIA


Memoria


LA memoria es un jardín en el que habitan seres de otro tiempo en tanto son recordados por los que aún vivimos a este lado. Así es esta historia; su mundo existe mientras los recordamos. Y así, en ese mundo que recordamos, hay cosas -y hasta ocurren cosas como aquí- con apariencia de materia y piedra y de una realidad que casi se toca con los dedos. Pero, sobre todo, lo que hay son viejos amigos que sobreviven en la memoria como si nada hubiese ocurrido y que sonríen contentos mientras nos miran cuando los recordamos y que pasan el día, y hasta las noches, con la calma tranquila de lo inevitable, paseando entre las dulces sombras en verano o bajo la caricia cálida del sol en el invierno. Hay también en la memoria, casas y rincones ocultos y juegos en la arena y balones de fútbol y sonrisas y hasta besos escondidos en esa esquinita de la comisura de los labios que tanto le gustaba a Peter Pan. También en la memoria pasan cosas que suelen ser hermosas, como el dulce sueño de un niño que cabalga a los hombros de su padre o la emoción intensa de un primer amor o la lectura de un libro o de un poema, y hasta habitan en ella sombras de dolor, aunque incluso esos recuerdos, pueden dibujar sonrisas de ternura cuando se miran a través del tiempo. 

Y es que la memoria es un lazo de oro fino que nos ata a los que se fueron para, entre otras cosas, no dejar que el olvido, ese fantasma de niebla húmeda y gris, se lleve por delante los recuerdos, los envuelva en su espesura fría y los secuestre del paraíso para morir del todo; definitivamente muertos. Que también hay, aunque cueste creerlo, quienes se empeñan en el olvido, cómplices ¿quién sabe? de algunos pedazos de la historia que huelen si no se les entierra definitivamente con el olvido. Y es que la memoria es vida y, más que vida es aire o agua o el pan que necesitan para sobrevivir aquellos a los que hemos querido y con los que aún tenemos deudas de gratitud contraídas que queremos trasladar a nuestros hijos. 

Hace unos días, alguien, mejor recordar que fuimos todos, consiguió por fin y después de cinco intentos, colocar una placa en la tapia del cementerio de Granada para que otros, que no nosotros, recuerden a los miles de hombres y mujeres que allí fueron asesinados por defender nuestro futuro. Una placa no es mucho, ni de lejos el monumento que les gusta a los cómplices o los herederos de los que causaron aquel dolor para conmemorar a sus héroes, pero para nosotros y para ellos, por ahora, es suficiente para no olvidar.

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