viernes, 4 de enero de 2013

PERAS, MANZANAS Y LETRAS


Peras, manzanas y letras

Juan Cañavate
SI aún tienen dudas cuando se levantan, en el frío del amanecer, o cuando caminan hacia el trabajo sobre la escarcha rota o cuando ni tan siquiera es necesario que salgan a la calle tan temprano porque en la calle solo hay ya la sombra silenciosa del olvido. Si aún tienen dudas, digo, sobre si merece la pena, o no, recomenzar de nuevo, seguir madrugando en esta vida de futuro incierto y no encuentran razones claras para seguir viviendo, les recomiendo que se den un paseo por la exposición que ha montado Valentín Albardiaz en la tienda de antigüedades Ruiz Linares de Granada y se le disiparán las dudas.

Y ya sé que esto no es original y que Woody Allen ya lo dijo en Manhattan; que las peras y manzanas de Cezanne eran una de esas cosas por las que merece la pena vivir, pero no tengo interés en ser original y por eso digo o repito, como ustedes gusten, que contemplar las pinturas de Albardiaz es una de esas cosas por las que merece la pena estar vivo. Y no ahora que el futuro lo han pintado de color de plomo, sino incluso cuando el mundo amanecía con colores o cuando el mundo ni siquiera era mundo y Valentín se lo inventó o lo pintó, que viene a ser lo mismo.

Cuando en medio de las manchas de la abstracción más radical de Rothko, que era lo que de moda estaba por las galerías del Down, o cuando Guerrero iba con sus cerillas y sus cuevas desde el color hasta la forma y empezaba a construir objetos o cuando Zobel buscaba geometrías en medio de un espacio que hasta entonces no tenía, Albardiaz encontraba puertas en medio de las geometrías y construía cosas con las que llenar el rígido espacio plano de las dos dimensiones de sus lienzos o de sus papeles y rastreaba un mundo que estaba allí escondido y que fue poblando de mágicos seres que un día dormían y otro volaban como mariposas tejidas con hilos de recuerdos.

Ahora Valen ha llenado sus cuadros con lo más elaborado de su mundo, con la más perfecta creación del ser humano, con el gesto más elegante y preciso de la civilización; con signos que pudieran ser letras que contienen y transcriben la memoria de la vida, de nuestras vidas, de su vida. Y, sobre papeles que son también trozos de la memoria, ha ido escribiendo con meticulosa paciencia y trazo preciso, el transcurrir de días y de noches para que ustedes lo lean y descubran que merece la pena estar vivo en este nuevo año.

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