jueves, 17 de enero de 2013

ENFERMOS

La columna

Enfermos

juan Cañavate | Actualizado 18.01.2013 - 01:00
HAY países que nacen como un cáncer y enferman todo lo que van tocando. Israel es algo así y por eso, desde que existe, ha ido destruyendo un territorio con ciudades que, hasta su nacimiento, eran sinónimo de belleza, embrujo y sueño; Jerusalem, Beirut, Bagdad, Damasco... y que hoy sólo guardan para el futuro un patrimonio de odio y de dolor.

También hay países que ya estaban enfermos antes de nacer, con alguna clase de virus enquistado en su ADN, acantonado y resistente a todo. La India es así y ni el Imperio Británico con sus lanceros bengalíes borrachos de ginebra y de quinina, ni el mismo Ghandi con sus paciente resistencia, pudieron sanar su enfermizo amor por la violencia contra los indefensos y los débiles, contra las mujeres, contra los niños o contra los propios miserables hindúes que sólo saben ya vivir en la resignación de su dolor

También hay países que intentan disimular sus males en un intento patético de pasar desapercibidos en medio de una podredumbre que creen que nadie percibe. España, sin ir más lejos, intenta tapar el olor podrido de sus heridas con algo de Chanel pensando que otros no lo notan si miran hacia el techo mientras silban. Aunque por más que lo intentemos o lo neguemos, España apesta a podrido.

Rubalcaba hace unos días, lo notó tanto, que no tuvo más remedio que decirlo: que algo había que hacer entre todos con esta enfermedad. No sonó muy convincente, pero lo dijo, aunque se equivocara en el diagnóstico; la corrupción no es la enfermedad, sino el síntoma de un mal más grave que lleva quinientos años de existencia. El de la inmoralidad más absoluta que acompaña a este país desde que existe y que da forma a cada uno de los actos de sus gobernantes.

La inmoralidad no es el ático de González o los viajes de Corinna, o las cuentas en Suiza de Bárcenas o la desvergüenza de Güemes o la responsabilidad de Durán y Lleida en la financiación de Convergencia y Unió o los viajes de Pujol Ferrusola a Suiza o las desmesuradas compras del IVAM a Gao Pín o qué se yo cuánta porquería más de la que se acumula en las hemerotecas o en los juzgados. Eso es la corrupción y frente a ella suele estar, antes o después, el freno persuasivo del código penal, pero frente a la inmoralidad no hay nada. Frente al político que no dimite, al que sonríe ante la evidencia de su cinismo, al que no tiene otro principio que el de su supervivencia o del clan que lo mantiene y apoya..., frente a eso, no hay nada, si no es el rubor o la vergüenza de los inmorales y, de eso, la verdad, andan más bien escasos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario