Tarde de sueño
LAS ramas del naranjo dibujaban un jeroglífico de luces sobre los cristales de la galería mientras subía la sombra fresca desde el río. La tarde parecía un sueño y en el sueño había una fuente en mitad del patio en la que el agua saltaba al compás de un lejano rumor de violines tras los cipreses en la colina arriba. Como además era un sueño y el día se iba sin prisas, empezaron a llegar también, desde la Peña La Platería, suspiros en forma de cantiñas, de caracoles, de granainas o martinetes de bronce y plomo que iban haciendo aún mas hermosa la tarde, y cuando no era la cercana memoria del Maestro, era su niña Estrella o algún Habichuela chico o grande que tocaba por fiestas o La Moneta que acariciaba con sus pies la madera gastada de un tablao por la verea de en medio.
Así era el sueño en aquella tarde de verano de sombras y de agua o, mejor, así debía haber sido el sueño hasta que al señor alcalde o alguno de sus ilustres concejales se les ocurrió la feliz idea de hacer su gracia y hacerle al flamenco un "monumento" que hace unos días y desde la portada de un periódico local, llenaba de sobresalto el despertar de los granadinos y granadinas. ¡Por dios, qué susto!
¿Cómo se puede transformar en pesadilla tan hermoso sueño y no enterarse de que sobre gustos sí que hay mucho escrito y que es demasiado delicada la materia sobre la que el alcalde escribe sus desafortunados garabatos? Porque si malo es ir pintando murallas con aerosoles, tampoco es demasiado bueno ir llenando plazas y calles de una ciudad como esta, con horrores que llegan para quedarse y, si no ahí están ese aguador y el burro, sacados de un casting de walking dead, que puso un alcalde del PP y que otro del PSOE no quiso quitar y las granadas gigantes y el Chorrojumo contrahecho y el cabezón de la Constitución y qué se yo cuantas mamarrachadas más para desesperación de los que hubiesen preferido un árbol, un simple árbol por cada kilo de bronce de tanta estatua que hunde cada día un poco más a esta ciudad en el abismo del mal gusto.
Y es que es posible que sean muchos y muchas los que le votan y que tenga su complicidad entusiasta en los horrores que perpetra en la ciudad este señor de Píñar que vive, según cuentan, en un pueblecito cercano de la Vega, pero eso no le da derecho a confundir las calles y las plazas de Granada con los pasillos de su propia casa que ahí, si es su gusto, puede poner lo que le venga en gana.
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