LA COLUMNA
JUAN CAÑAVATE | ACTUALIZADO 12.07.2012 - 01:00
Sonrisas y lágrimas
QUIENES se enfrentan a la adversidad con una sonrisa en los labios demuestran no sólo buen talante, sino además, el ánimo templado necesario para adaptarse con imaginación a los malos tiempos que vivimos. Hombres y mujeres, en fin, dignos de respeto por su valía moral. Más o menos lo que uno percibe, por ejemplo, en ese ilustre Guindos cuando sonriente, nos da cuentas de sus reuniones en el Eurogrupo. Aunque, visto de otra forma y dudando de esas generalidades que tanto gustaban a Agamenón y tan poco a su porquero, también pudiera ser que, más que gran valía, lo que hay detrás de la sonrisa de esos envidiables hombres y mujeres sea eso que viene a denominarse como "la felicidad del idiota" que, de buenos, son tontos y, como no suelen verlas venir, no se les ocurre más que sonreír en mitad de la refriega, ajenos a la ensalada de hostias que se aliña en el entorno.
O, por añadir variedad al asunto, igual pudiera ser que realmente lo que mantiene esos rostros sonrientes no sea otra cosa que el calculado gesto cínico que se aprende en algunos colegios escogidos y que suele ser signo inequívoco de haber meado en alfombra desde pequeñito. Y es que estas cosas son así, que empieza uno a evaluar posibles razones para la sonrisa y acaba por escribir una columna que, más que de opinión, es de dudas, aunque sea sin maldad ninguna y sin ánimo de contagio y que si yo me hago preguntas, no está en mi ánimo que se queden ustedes sin dormir la siesta y rumiando con las dudas, aunque me siga a mi reconcomiendo el hecho de que ustedes y yo no nos riamos tanto y ellos sí, porque, puestos a dudar, igualmente pudiera ser que el que sonríe frente a una adversidad, pongamos por caso la intervención de España por el Eurogrupo, igual lo hace porque sabe algo que a los demás oculta o, también pudiera ser, que en realidad a él la adversidad le pilla como a trasmano de su camino, con lo que más que gran virtud, de lo que van sobrados nuestros preclaros varones es de un gran y duro rostro. Porque, por ejemplo, el que España esté pagando un 7% de intereses para financiarse, igual no es una buena noticia si tiene usted la mala suerte de estar en paro o de que dependa su futuro y bienestar de la futura solvencia del Estado, pero si tuviera usted la suerte de ser, por ejemplo un banco, y el BCE le soltara pasta al 0,75 para que usted comprara deuda española, comprobaría que se lleva, limpio de polvo y paja, 6,25 euros de cada cien que, además, se los han prestado de lo que vamos poniendo entre todos. ¿Se imagina ustedes el tamaño de la sonrisa?
O, por añadir variedad al asunto, igual pudiera ser que realmente lo que mantiene esos rostros sonrientes no sea otra cosa que el calculado gesto cínico que se aprende en algunos colegios escogidos y que suele ser signo inequívoco de haber meado en alfombra desde pequeñito. Y es que estas cosas son así, que empieza uno a evaluar posibles razones para la sonrisa y acaba por escribir una columna que, más que de opinión, es de dudas, aunque sea sin maldad ninguna y sin ánimo de contagio y que si yo me hago preguntas, no está en mi ánimo que se queden ustedes sin dormir la siesta y rumiando con las dudas, aunque me siga a mi reconcomiendo el hecho de que ustedes y yo no nos riamos tanto y ellos sí, porque, puestos a dudar, igualmente pudiera ser que el que sonríe frente a una adversidad, pongamos por caso la intervención de España por el Eurogrupo, igual lo hace porque sabe algo que a los demás oculta o, también pudiera ser, que en realidad a él la adversidad le pilla como a trasmano de su camino, con lo que más que gran virtud, de lo que van sobrados nuestros preclaros varones es de un gran y duro rostro. Porque, por ejemplo, el que España esté pagando un 7% de intereses para financiarse, igual no es una buena noticia si tiene usted la mala suerte de estar en paro o de que dependa su futuro y bienestar de la futura solvencia del Estado, pero si tuviera usted la suerte de ser, por ejemplo un banco, y el BCE le soltara pasta al 0,75 para que usted comprara deuda española, comprobaría que se lleva, limpio de polvo y paja, 6,25 euros de cada cien que, además, se los han prestado de lo que vamos poniendo entre todos. ¿Se imagina ustedes el tamaño de la sonrisa?
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