Un día normal
HAY mañanas de frío invierno en que a uno le gustaría, por lo menos, despertar en un país normal y, a pesar de las brumas que envuelven el río, pensar que todo está en orden y que viene a ser normal que ocurran las cosas que suelen ocurrir por estas fechas; la pereza del sol sobre la Sabika, la escarcha en la hierba del Rey Chico, la fuente de Plaza Nueva helada, el frío… Así, con cierta normalidad y sin más sobresaltos ni presagios que auguren con gris fatalidad que, a lo largo del día, irán apareciendo cosas que no debieran estar o señales de que todo es más efímero que en otras ocasiones. Así me gustaría despertarme alguna mañana de estas últimas mañanas, con la calma de un país normal en el que los días, cuando mueren sobre la vega, no anuncien un porvenir más incierto que el de ayer y poder dedicar, por eso, con la tranquilidad de lo que es normal, el primer pensamiento del día a la tristeza, serena pero triste, que me trae la marcha de Tápies y la idea de que nunca más lo volveremos a ver soñando en construir su mundo de ficción para compartirlo con nosotros. "Artistas funcionarios", llamaba él, por los setenta, a aquellos que viven del poder sin imaginar tanta premonición en esta época de subvenciones y comisarios y Centros de Arte. Si esta mañana yo me hubiese tranquilamente levantando en un país normal, pensaría que España es hoy mucho más pobre que ayer porque el maestro del informalismo se ha ido y si este fuera definitivamente un país normal, el duelo de su muerte iría recorriendo España entera y no se quedaría en el límite territorial de la Generalitat, con el provinciano tedio que, en esta sobresaltada patria, caracteriza estos asuntos. Pero es que en este país si fuera normal, además de tristes por lo del maestro, también estaríamos contentos porque Trueba se haga una foto inolvidable con los nominados al Oscar por esa historia de Chico y Rita y, ya en casa, si este fuera un país normal, estaríamos contentos en Granada porque a María del Mar Villafranca la han elegido los socialistas españoles para el más importante puesto de la Cultura en su organización. Y estaríamos contentos porque sería señal de que hay mucha gente que piensa que sabe gestionar un monumento como la Alhambra, que sus planteamientos sobre la protección y conservación del patrimonio histórico son rigurosos y progresistas y también ¿por qué no?, porque es una vecina de esta ciudad donde la ausencia del conocimiento y del rigor viene a ser casi siempre una forma de normalidad. Y es que no puede ser normal una ciudad en la que mientras unos están contentos por estas cosas importantes, otros se levantan por las mañanas pensando como asaltar la Alhambra y se relamen ya, soñando en el día y en la hora en que podrán meterle el diente y ponerla en venta o en alquiler que, para lo que se trata, viene a ser lo mismo.
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