miércoles, 22 de febrero de 2012

H. P. Lovecraft


H. P. Lovecraft

JUAN CAÑAVATE | ACTUALIZADO 23.02.2012 - 01:00

EL color del miedo se tinta de un negro de charol cuando la noche avanza y hasta grazna en ocasiones especiales. Y es fácil de entender que sea en esa hora, cuando los malos sueños se cuelan entre los pliegues húmedos y fríos de las sábanas y se llevan en su negro pico la irreal seguridad con que se encara el día; un artificio ingenuo para la supervivencia cotidiana. Y también, cuando la noche llega, se desmoronan los argumentos construidos de frágiles mentiras y queda en evidencia lo que es más que evidente; que no todo está bien y que el futuro no está por arreglar las cosas y que lo poco que queda en píe, igual no aguanta hasta que salga el sol, si es que llega el sol, o las lluvias, si es que a algún día, más o menos lejano, le da por llover en este invierno seco y frío. 

El miedo por las noches asalta con sabor de miedo antiguo, de tiempos de autarquía, de película gris de cadáveres que se revuelven en sus tumbas, de muertos que vuelven de la muerte para arrastrase junto a la cama, de suicidas que esperan en el pasillo que lleva hasta el cuarto de baño y de otras cosas más, de esas que Borges se negaba a describir para no echarle, con sus palabras, un pulso al terror que anida en nuestra imaginación. En las noches, cuando te despierta el miedo, de nada sirve protegerse con la almohada del susurro silencioso o de la pisada en la loseta suelta de la escalera y la realidad se esconde y se convierte en una alerta febril que pone en guardia los sentidos pero que paraliza el cuerpo mientras los pensamientos se deslizan hacia algo que es más tenebroso que la muerte: el mismo miedo. Frank Herbert, lo describía como la pequeña muerte que conduce a la muerte porque nada se resiste a su presencia de amenazas inconcretas y por eso el miedo se alimenta de la indefensión, de la soledad, de la inerme impotencia que le acompaña y del propio miedo. 

Rajoy y su gente conocen los mecanismos del miedo. Los poderosos lo usan con sabia precisión desde que existe el mundo. La hipoteca, el trabajo, el desprestigio personal y profesional. Luego serán las facturas del hospital o del colegio o la pensión y la parálisis se ira extendiendo cada vez que la noche llegue para que escape el sueño de las camas frías. Conocen los mecanismos ocultos que se esconden tras el miedo y por eso mandan a los ominosos monstruos que se criaron en sus mismas madrigueras tenebrosas para que atemoricen a los que, como Garzón, reclaman la memoria del dolor y ahora, con los chavales de la primavera de Valencia, ya enseñan la parte más dura, las garras y los colmillos afilados del mito. No son Borges ni Poe, son Cthulhu.

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