miércoles, 3 de agosto de 2011

COLUMNA DE HOY

Usucapión

Juan Cañavate | Actualizado 04.08.2011 - 01:00


ME referían hace unos días la original teoría que impartía un profesor de Derecho de la Universidad de Sevilla sobre el dominio público. -El dominio público se caracteriza, decía el maestro de leyes, por ser inalienable, inembargable e imprescriptible, siempre, claro, que no se haga metro a metro-. Y venía a cuento el chascarrillo tras constatar en un paseo vespertino por el centro de Sevilla, que la ciudad, como casi todas, había sucumbido a la imparable moda, por llamarlo así y no con su verdadero nombre de hurto o simple atraco, de ocupar las calles, plazas, sombras, vistas, aceras y lo que se ponga por delante o por detrás, con mesas y sillas y sombrillas y maceteros y cuanto se le pudiese ir ocurriendo a los nuevos usurpadores del dominio público, para que no pudieran los buenos ciudadanos disfrutar de sus plazas, calles, sombras o vistas, sino hacer ellos un buen negocio con las terracitas de bares y restaurantes y, dada la evidente complicidad del ayuntamiento y ya así puestos, mi amigo y yo, echábamos de menos en la ciudad la encomiable labor de la Administración competente en materia de animales y tráfico de ganado y otras bestias, en el asunto de los deslindes de cañadas reales por ser de dominio público, suspirando por la lejana posibilidad de que alguna cañada pasara, por ejemplo, por la Plaza Nueva de Granada, o, sin ir más lejos, por ese horror en el que se ha convertido la plaza de la Romanilla, para que, si no las ovejas, al menos algún humano pudiera cruzar por ellas apelando a la protección real o al suelo sagrado. Dicen, por otro lado, los que justifican la usucapión que el turismo es la riqueza de estos días y que ¿quién podrá renunciar a ganar dinero aunque sea a costa del dominio público? Dicen que ganan los bares y los restaurantes y que gana el ayuntamiento que buenas rentas obtiene por las mesitas, cuando son legales, que un montón no lo son. Igual me justifican los interesados defensores de eso que llaman la industria turística, que todo el pasteleo de protección de la Vega, del Albaicín y demás zarandajas, se va a acabar cuando lleguen los suyos y que van a poner un hotel hasta en el campanario de la catedral con vistas al altar mayor y, mientras me lo contaban, me iba yo acordando de lo que decía Rubalcaba hace unos días, que lo de la burbuja se habría tenido que parar antes, pero ¿qué quién podía renunciar a ganar dinero aunque fuese a costa de lo que después vino?

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