A quien corresponda
COMO la lluvia incesante y pegajosa de este invierno eterno, que se hace gota a gota sin descanso y con esa humedad de alcantarilla que desnuda olor a moho y memoria triste de zapatos mojados y calcetines fríos y yemas arrugadas, como todo eso y algo más, vienen a ser estas mentiras tristes que nos levantan y nos acuestan cada día desde hace ya unos años. Mentiras que se meten entre las sábanas y que nos acosan como si solo fuéramos lo que somos; víctimas indefensas de tantos mentirosos.
Mentiras que se sienten, que se oyen, que se huelen y se ven, que raspan las palmas de las manos y se arrugan, de colores planos y matices fríos. Mentiras que lo llenan todo y que se extienden por las plazas y por las avenidas, que entran en las cafeterías y en los despachos y que apoyan sus gastados codos en las barras de los bares a cualquier hora de estos amargos días de mentiras de papel y de primeras páginas o de segundas o de cabeceras de telediarios o de diales analógicos que se repiten con la misma insistencia que la lluvia en este invierno eterno que, poco a poco, nos va robando las pocas sonrisas que guardamos en otros tiempos por si acaso.
Mentiras de laureles y academia o que se esconden en el anonimato de la sala de un cine, o en un concierto o, quién sabe, en el aula repleta de una facultad o en la redacción polvorienta de un periódico rancio como sus propias mentiras. Mentiras que llegan a los labios y vuelan por los oídos porque se escriben con la mueca del rencor desdibujando el rostro, con cuatro dedos sobre el teclado qwerty de un triste instrumento de escribir mentiras, o con dos dedos nerviosos y un bolígrafo sobre un cuaderno de hojas que nunca serán blancas del todo y que siempre tendrán el sucio color de la mentira.
Mentiras de toga y de birrete, buscando víctimas y mentiras que se escapan de los análisis políticos y de las encuestas; con sus gloriosos mentirosos al frente y sus voluntariosos y meritorios cómplices, que son legión, compitiendo por ver quién miente más o quien disfraza peor las mentiras, porque ya ni tan siquiera hay que hacer aquel esfuerzo de antaño de disimular, que ahora, en estos tiempos húmedos, el cinismo también cotiza al alza y la vergüenza no da de comer y en la calle hace frío y el viento sopla por donde sopla y ya habrá tiempo de cambiar el rumbo en su momento si sopla de otro lado, que en la calle hace mucho frío y la verdad, ya se sabe, que es la primera víctima de todas las guerras y tiene la mala costumbre de intentar joderte un buen titular
Mentiras que se sienten, que se oyen, que se huelen y se ven, que raspan las palmas de las manos y se arrugan, de colores planos y matices fríos. Mentiras que lo llenan todo y que se extienden por las plazas y por las avenidas, que entran en las cafeterías y en los despachos y que apoyan sus gastados codos en las barras de los bares a cualquier hora de estos amargos días de mentiras de papel y de primeras páginas o de segundas o de cabeceras de telediarios o de diales analógicos que se repiten con la misma insistencia que la lluvia en este invierno eterno que, poco a poco, nos va robando las pocas sonrisas que guardamos en otros tiempos por si acaso.
Mentiras de laureles y academia o que se esconden en el anonimato de la sala de un cine, o en un concierto o, quién sabe, en el aula repleta de una facultad o en la redacción polvorienta de un periódico rancio como sus propias mentiras. Mentiras que llegan a los labios y vuelan por los oídos porque se escriben con la mueca del rencor desdibujando el rostro, con cuatro dedos sobre el teclado qwerty de un triste instrumento de escribir mentiras, o con dos dedos nerviosos y un bolígrafo sobre un cuaderno de hojas que nunca serán blancas del todo y que siempre tendrán el sucio color de la mentira.
Mentiras de toga y de birrete, buscando víctimas y mentiras que se escapan de los análisis políticos y de las encuestas; con sus gloriosos mentirosos al frente y sus voluntariosos y meritorios cómplices, que son legión, compitiendo por ver quién miente más o quien disfraza peor las mentiras, porque ya ni tan siquiera hay que hacer aquel esfuerzo de antaño de disimular, que ahora, en estos tiempos húmedos, el cinismo también cotiza al alza y la vergüenza no da de comer y en la calle hace frío y el viento sopla por donde sopla y ya habrá tiempo de cambiar el rumbo en su momento si sopla de otro lado, que en la calle hace mucho frío y la verdad, ya se sabe, que es la primera víctima de todas las guerras y tiene la mala costumbre de intentar joderte un buen titular
No hay comentarios:
Publicar un comentario