Resaca
Y hasta se podría pensar que algunos de los grandes males de esta patria nuestra vienen a ser la torna de su esplendor y que a esa parte de su íntima esencia pervertida que impregna su fondo, su forma, su naturaleza entera, le ocurre como al queso de cabrales o el garum de los romanos, que hasta que no hieden un poco no se convierten en esa cosa exquisita que nos gusta tanto. Podría pensarse, digo, que esta patria nuestra necesita de un cierto olor a podrido para llegar a esa belleza que amamos con pasión y que viene a ser el precio que hay que pagar, irremediablemente, para poder disfrutar de la hermosura que nos regala sin merecernos nada. Como la adolescencia y aquellas noches de sangría con espetos de sardinas en la playa y sabor a sal y a besos que traían, al día siguiente, amaneceres con resaca frente al espigón del muelle. Bellos, eso sí, pero con un repugnante olor a humo y a restos de sardinas en la ropa y en la piel. A mí hay veces que esta patria nuestra se me acaba pareciendo una resaca de adolescentes con amaneceres de cefalea y amargura en el alma y en la mirada errática que aún está por decidir el camino que debería tomar en la mañana, si por aquí o por allá. Una mañana con olor a raspas de sardinas y llena de ese arrepentimiento tan sincero y decidido de los dieciséis o de los diecisiete, del que uno se puede fiar sin dudar ni un instante.
Cada mañana que leo los periódicos y me llega el tufo a podrido mezclado con el café y la media de aceite, me salta el reflejo inocente e ingenuo de la promesa de no volver a hacerlo y cuando veo, que ya van por ciento veinte mil los millones del agujero de la banca española y el ladrillo y que ya no cuela lo del déficit para hacer negocio con lo público, busco en las páginas siguientes, a alguien que pida perdón y que me cuente que ya no lo volverá a hacer. Y cuando oigo y veo a Rajoy decir que seguirá mintiendo lo que le venga en gana y cuando le de la gana, sigo pegado, en medio del olor a podrido, a la pantalla del televisor esperando que salga, algo después, a confirmar, aunque sea con boca estropajosa de la mala noche, que ha sido un gran error y que se encuentra arrepentido y que no lo volverá a decir ni a hacer.
Aunque lo reiterativo de los males de la patria mía, ese que sean los mismos los que nos dan siempre con la misma piedra, me va haciendo perder el gusto por la nostalgia de la adolescencia y empiezo a preferir, y así lo pido, por favor, que dejen de beber.
Cada mañana que leo los periódicos y me llega el tufo a podrido mezclado con el café y la media de aceite, me salta el reflejo inocente e ingenuo de la promesa de no volver a hacerlo y cuando veo, que ya van por ciento veinte mil los millones del agujero de la banca española y el ladrillo y que ya no cuela lo del déficit para hacer negocio con lo público, busco en las páginas siguientes, a alguien que pida perdón y que me cuente que ya no lo volverá a hacer. Y cuando oigo y veo a Rajoy decir que seguirá mintiendo lo que le venga en gana y cuando le de la gana, sigo pegado, en medio del olor a podrido, a la pantalla del televisor esperando que salga, algo después, a confirmar, aunque sea con boca estropajosa de la mala noche, que ha sido un gran error y que se encuentra arrepentido y que no lo volverá a decir ni a hacer.
Aunque lo reiterativo de los males de la patria mía, ese que sean los mismos los que nos dan siempre con la misma piedra, me va haciendo perder el gusto por la nostalgia de la adolescencia y empiezo a preferir, y así lo pido, por favor, que dejen de beber.
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