jueves, 24 de mayo de 2012

LA PATA


LA COLUMNA

La pata

JUAN CAÑAVATE | 

ENTRE los sintomas más precisos para identificar el cuadro clínico de un enfermo adicto al terrible mal de vivir de la política, se cataloga una extraña obsesión por no admitir nunca la posibilidad de haber pisado un charco aunque le cueste la cabeza. Y algún ejemplo hay de ello en la historia como el del buen Luis XVI que, subiendo las escaleras del cadalso hacia la guillotina, seguía preguntándose en qué había metido la pata y convencido de que tenía razón. 

Y es que hasta esas fechas tan divertidas, los políticos tenían que dar pocas explicaciones al personal y por eso, cuando a don Felipe II, le dejarón la Armada Invencible hecha unos zorros, al católico príncipe no se le ocurrió otra cosa que soltarle el muerto al hombre del tiempo.Yo no he sido --dijo el rey- han sido los elementos. 

Y se quedó tan tranquilo dando por inaugurado un argumento que viene a ser más o menos, el que usa a diario Rajoy y su gobierno cada vez que hablan: echarle el muerto al gobierno anterior y seguir insistiendo en que lo que hacen está estupendo, aunque no sirva para nada y le protesten más que a la línea de atención al público de Telefónica. 

La monarquía española, con el tiempo, se ha ido curando de esa enfermedad de negar la mayor y por eso el Rey, que reina, pero no gobierna ni se mete en política, pudo reconocer hace unos días que se había equivocado sin que la monarquía temblase por ello, acordándose quizás de su abuelo que, al contrario que él, reinaba y gobernaba, y que por eso, se negó siempre a reconocer que había metido la gamba con el asunto de Anual y acabó como acabó, en el exilio de Roma y sin corona. 

Los políticos con menos pedigrí aún no han pasado por esas y siguen con la obsesión casi patológica por negarlo todo y no asumir que la han metido, la pata, digo, aunque no sea entera, sin comprender que tampoco pasaría nada si lo reconocieran. 

Miren, sin ir más lejos, lo del alcalde y el lío de la Carrera del Darro y el Albaicín. ¿ni siquiera se ha podido equivocar un poquito?, ¿ni una mititilla?, ¿qué le costaría al hombre reconocerlo y empezar esta historia desde el principio? Lo peor de esta actitud, además, es que suele acabar en una huida hacia adelante con consecuencias que aunque puedan llegar a ser trágicas, en este caso, son más bien cómicas o, tragicómicas si pensamos en el vecindario incomunicado. En serio; ¿han visto ustedes el tren de la bruja de seis plazas que se ha montado el alcalde y con el que pretende sustituir el transporte público de un barrio entero?

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