La línea de sombra
CUENTA Nando, y ya quisiera yo que ustedes conocieran a Nando, que si hubo otros tiempos y en cada uno tocaba lo que tocaba, en este, que está por venir próximamente, toca un tiempo de generosidad, y que sin ese raro y necesario ingrediente de nuestra historia, será difícil salir de este oscuro territorio en el que vivimos que se va volviendo con los días, insoportablemente inhóspito y hostil.
Le cuento yo a Nando y a quien quiere escucharme, que esto más que un polvoriento desierto, es, como en el océano de Conrad, una línea de sombra imperceptible que nos tiene atados a una asfixiante agonía y que, más que perdidos, andamos varados y que, si se observa con atención el mar, más parece que retrocedemos y nos arrastra lentamente hacia un triste lugar en el que nunca estuvimos. Yo, al menos, no creo recordar un horizonte más gris ni un ambiente más desolador y agobiante en el que ni el futuro se vislumbra tras la bruma.
De ahí lo de la generosidad de Nando y de su recomendación de remar desde desde todos los rincones siguiendo un solo rumbo, para salir de esta calma insoportable.
Pasa, sin embargo, que cuando miras en estos días, a los que al fin tendrán que gobernar el rumbo, no parece que estén, por sus palabras y sus actos, muy dispuestos a la maniobra y ni tan siquiera parece que sea una buena idea el proponérselo, cuando les oyes hablar a los unos de los otros con el sólo argumento común de sus recelos o de sus agravios para seguir mirándose desde el resentimiento o desde el desprecio o la desconfianza, y para seguir estando donde están, justo en el lugar contrario de donde debieran estar para salir de aquí. A ellos me refiero, a la izquierda, a la lúcida y brillante izquierda de este país que siempre han sido así, enormemente generosa.
Igual, sin duda, hasta les molesta que hoy escriba estas palabras y que les sugiera algo más de humildad y un poco menos de rencor en sus verdades y un algo más de que todos reconozcan sus errores hasta reconocer que, a pesar de sus contradicciones insalvables y de sus deudas no pagadas y de sus incomprensibles o imperdonables actos y en sus ofensas heredadas desde, más o menos, la Primera Internacional, también está la izquierda en esos otros a los que miran con desprecio y que no debieran estar enfrente sino al lado.
No cuadra, por eso, que ahora, precisamente ahora, en este tiempo que demanda sobre todo gente y gestos generosos, vuelvan a los atriles con sus discursos, los líderes que fueron y demostraron ser, campeones del sectarismo y del rencor y que sólo son mareantes expertos en perder el viento y en navegar por la línea de sombra.
Suerte para el domingo y, sobre todo, para el lunes.
Le cuento yo a Nando y a quien quiere escucharme, que esto más que un polvoriento desierto, es, como en el océano de Conrad, una línea de sombra imperceptible que nos tiene atados a una asfixiante agonía y que, más que perdidos, andamos varados y que, si se observa con atención el mar, más parece que retrocedemos y nos arrastra lentamente hacia un triste lugar en el que nunca estuvimos. Yo, al menos, no creo recordar un horizonte más gris ni un ambiente más desolador y agobiante en el que ni el futuro se vislumbra tras la bruma.
De ahí lo de la generosidad de Nando y de su recomendación de remar desde desde todos los rincones siguiendo un solo rumbo, para salir de esta calma insoportable.
Pasa, sin embargo, que cuando miras en estos días, a los que al fin tendrán que gobernar el rumbo, no parece que estén, por sus palabras y sus actos, muy dispuestos a la maniobra y ni tan siquiera parece que sea una buena idea el proponérselo, cuando les oyes hablar a los unos de los otros con el sólo argumento común de sus recelos o de sus agravios para seguir mirándose desde el resentimiento o desde el desprecio o la desconfianza, y para seguir estando donde están, justo en el lugar contrario de donde debieran estar para salir de aquí. A ellos me refiero, a la izquierda, a la lúcida y brillante izquierda de este país que siempre han sido así, enormemente generosa.
Igual, sin duda, hasta les molesta que hoy escriba estas palabras y que les sugiera algo más de humildad y un poco menos de rencor en sus verdades y un algo más de que todos reconozcan sus errores hasta reconocer que, a pesar de sus contradicciones insalvables y de sus deudas no pagadas y de sus incomprensibles o imperdonables actos y en sus ofensas heredadas desde, más o menos, la Primera Internacional, también está la izquierda en esos otros a los que miran con desprecio y que no debieran estar enfrente sino al lado.
No cuadra, por eso, que ahora, precisamente ahora, en este tiempo que demanda sobre todo gente y gestos generosos, vuelvan a los atriles con sus discursos, los líderes que fueron y demostraron ser, campeones del sectarismo y del rencor y que sólo son mareantes expertos en perder el viento y en navegar por la línea de sombra.
Suerte para el domingo y, sobre todo, para el lunes.
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