viernes, 11 de abril de 2014

Pusilánimes y melancólicos

Pusilánimes y melancólicos


  • AUNQUE pueda parecer que me lo invento, les prometo, por la santa Constitución de 1812, que hace algún tiempo tuve la oportunidad de escuchar a un respetable vecino cuando, ante el supuesto atropello de un funcionario local, advertía más que amenazaba con la posible respuesta airada de su hijo: -no crea usted, decía, que mi hijo va a dejar esto pasar, sepa usted, que mi hijo es muy pusilánime y no se deja avasallar sin dar la respuesta que se merecen los abusos y la arbitrariedad de los poderosos. Se va a enterar el alcalde, insistía, de lo pusilánime que es mi hijo. 

Y también es verdad, aunque tenga que prometer esta vez por la Constitución de 1837, que cuando le contaba esta historia a un amigo, sin terminar de poner en pie el significado oculto del adjetivo, me respondía mi amigo con el siempre desagradable "y yo más" y me contaba, prometiendo por la Constitución de 1845, que conocía a un tipo que afirmaba con rotundidad que el gran problema que tenía España era que estaba llena de melancólicos que intentaban que todo fuera mal para, con esa excusa, estrujar a los humildes y aunque nunca explicaba lo que para él significaba el término melancólico, sí juraba por la Constitución de 1869, que acabando con los melancólicos se acababa con el problema de España, que no tenía su causa en la manta de sinvergüenzas que la gobernaban, sino en la innegable realidad de su melancolía. Total que mi amigo y un servidor, a pesar de echar mano del extenso articulado de la Constitución de 1876, de la del 1931 e incluso de los proyectos de 1852, 1873 o de 1929 llegamos a la conclusión de que aquí, más que un problema de Constituciones, hay un problema con el lenguaje y que no suele coincidir lo que las palabras quieren decir con lo que el personal entiende que dicen las palabras. Lo digo porque Rajoy, a estas alturas, no sé si quiere promover un cambio de la Constitución para que todos estemos un poco más cómodos, algo de lo que este país tiene costumbre o, por el contrario, promover un congreso de semántica para que nos entendamos todos un poco mejor. 

O, al menos, que el ministro progre del gobierno publique un diccionario Gallardón-español y así sabríamos lo que realmente quiere decir cuando propone leyes y si habla de justicia universal, entenderíamos que en realidad lo que quiere es acabar con ella y que los criminales de fuera de nuestras fronteras se froten las manos satisfechos o si habla del aborto, entenderíamos que no es para que las mujeres ejerzan su dignidad de ciudadanas libres, sino para que esos seres frívolos e irresponsables queden, como dios manda, bajo el control de un cura o un siquiatra. Y es que este ministro de dios no se sabe si es más pusilánime que melancólico.


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