domingo, 9 de noviembre de 2014

Jardín japonés


HUBO un tiempo en que soñábamos con jardines japoneses mientras memorizábamos aquellos nombres de exóticas resonancias y de bellezas lejanas; Kamakura, Muromachi, Momoyama... que Miguel Ángel Revilla, profesor de prácticas de artes decorativas en la Facultad de Letras, manejaba con la serenidad del loto y con la familiaridad del que ha pasado su vida tomando te sobre una mesa de verde celadón entre Tokio y Kanawaga, ¿la ciudad de la ola, recuerdan? Aprendimos, algunos, que la realidad de los jardines japoneses se contempla desde el alma o desde el pensamiento para los más agnósticos, y que suelen ser de arena y piedra y silenciosos o, como mucho, alterados por el rumor del agua o de la brisa entre el bambú, para buscar un precario equilibrio en el espíritu, en el pensamiento íntimo del que lo contempla, del que lo recrea, del que lo medita hacia dentro a través de un duro ejercicio de adiestramiento Zen o con la serenidad del que ha llegado al final del deseo y ha vuelto. Sin alguien que lo piense, aprendimos, el jardín japonés no es nada más un anodino repertorio de arena y piedra, una foto hueca en un decorativo almanaque. 

Por eso a muchos, nos resultó muy sorprendente que, después de mucho tiempo, el Ayuntamiento de Granada y sus afines ideológicos o culturales orquestaran una campaña de desprestigio del equipo que construyó el parque del Cuarto Real de Santo Domingo, acusándolos de que habían construido un "jardín japonés" y que eso no pegaba en Granada. 

A pesar de que el jardín lo era de láminas de agua como las de la Alhambra, de plantas aromáticas como las del Mediterráneo, de olivos como los de la campiña y de acacias de Constantinopla, todo, como ustedes podrán comprobar, muy japonés. Aunque eso sí, en lugar de empedrados granadinos, había plataformas de madera y alguna pradera de césped, que bien pudieran ser interpretados por los ilustrados munícipes populares como señales inequívocas de japonismo. 

Hace poco, y con la excusa de realizar algunos arreglos, el equipo de gobierno ha amagado una segunda embestida para destruir el jardín convencido aún de que entre aquellos parterres de tomillo y romero se esconde algo perverso, ya saben, ese "arte degenerado" que tan nervioso puso y parece que sigue poniendo a algunos. 

Y ha resultado además que, casi coincidiendo en las fechas del intento, el Patronato de la Alhambra en colaboración con la Casa Encendida de Madrid, ha montado en el palacio de Carlos V una magnífica exposición dedicada al jardín japonés y a uno de sus creadores tras el período Meiji, Mirei Shigemori, y la ha montado atendiendo además al impacto que ese singular fenómeno ha tenido en artistas de oriente y de occidente. Y como estas líneas que escribo tienen su límite, no diré más; si no han ido aún, no se la pierdan. No se lo perdonarían nunca.

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