Poetas
SI alguien piensa que los enfrentamientos que genera la lucha política exceden las mínimas normas de cortesía y educación, quizás debiera echar un vistazo al fino arte de florete, espada, sable, mandoble y navaja cabritera que practican últimamente los poetas granadinos; una especie que, por cierto, ha gozado de extraordinaria salud en nuestra tierra en los últimos años y que empieza a sufrir los estragos de la crisis como cualquier hijo de vecino, más que nada porque parece que empieza a no entenderse el presupuesto con que el ayuntamiento ¡Viva el señor alcalde y su concejal de la cosa! Justifica viajes, premios y lecturas de endecasílabos con rima en consonante que bien valen una foto, o dos, si estamos en período de elecciones. Y es que por más que quieran, no hay, según parece, ni flores ni premios para tanto rapsoda en este tiempo de pobreza colectiva.
A un servidor la poesía le gusta mucho y más le gusta ahora que se han recuperado en Granada los viejos modos de Góngora y Quevedo. Cierto que no en la calidad de todos sus poetas, pero sí al menos en la bronca tabernaria que la anima, que esa, según parece, sí que es barroca y por todos compartida.
Y es que hasta las apariencias empiezan a perderse cuando la fiesta degenera y sobrepasa las formas contenidas que el buen gusto señala para estos tiempos de escasez, e igual va a ser por eso que un grupo de poetas, gente de la cultura, que es como los políticos suelen llamarlos en periodo electoral o culturetas que es como los llaman cuando no hay elecciones de por medio, han terminado por hartarse de tanto pasteleo y han hecho público, en un manifiesto anónimo, pero firmado, una denuncia sobre los tejes y manejes de un premio que, al parecer, controla la parte contratante de la primera parte sin dar el menor lustre a la parte contratante de la segunda parte.
Yo, que aún sigo atónito por la capacidad que tienen los poetas por mentarse a la madre, al padre y al chache Federico si es preciso, confieso que no tengo ni puñetera idea de si el premio Alhambra, que creo que es como se llama el interfecto, es o no es un chanchullo entre amigos para la cosa del autobombo y del platillo. Y ya que la cosa va de confesión, también confieso que no sé, en este caso, quienes son los malos o los buenos, aunque mis sospechas tengo. Pero también confieso que llevo años preguntándome para qué sirve tanto premio de poesía, tanto festival internacional y tanto viajecito de poetas por las américas, incluido Nueva York, pagado con dinero público.
Aunque igual me equivoco y son las editoriales las que pagan todo esto. En ese caso, perdonen las molestias.
A un servidor la poesía le gusta mucho y más le gusta ahora que se han recuperado en Granada los viejos modos de Góngora y Quevedo. Cierto que no en la calidad de todos sus poetas, pero sí al menos en la bronca tabernaria que la anima, que esa, según parece, sí que es barroca y por todos compartida.
Y es que hasta las apariencias empiezan a perderse cuando la fiesta degenera y sobrepasa las formas contenidas que el buen gusto señala para estos tiempos de escasez, e igual va a ser por eso que un grupo de poetas, gente de la cultura, que es como los políticos suelen llamarlos en periodo electoral o culturetas que es como los llaman cuando no hay elecciones de por medio, han terminado por hartarse de tanto pasteleo y han hecho público, en un manifiesto anónimo, pero firmado, una denuncia sobre los tejes y manejes de un premio que, al parecer, controla la parte contratante de la primera parte sin dar el menor lustre a la parte contratante de la segunda parte.
Yo, que aún sigo atónito por la capacidad que tienen los poetas por mentarse a la madre, al padre y al chache Federico si es preciso, confieso que no tengo ni puñetera idea de si el premio Alhambra, que creo que es como se llama el interfecto, es o no es un chanchullo entre amigos para la cosa del autobombo y del platillo. Y ya que la cosa va de confesión, también confieso que no sé, en este caso, quienes son los malos o los buenos, aunque mis sospechas tengo. Pero también confieso que llevo años preguntándome para qué sirve tanto premio de poesía, tanto festival internacional y tanto viajecito de poetas por las américas, incluido Nueva York, pagado con dinero público.
Aunque igual me equivoco y son las editoriales las que pagan todo esto. En ese caso, perdonen las molestias.
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