LA COLUMNA
Futuro incierto
JUEGO, en estos últimos meses y cada vez que llego al final de una página en un libro, a adivinar la palabra exacta y previsible con que empezará la siguiente y juego, también en ocasiones, a adivinar el transcurrir de cada una de las páginas que faltan, una tras otra, en cada capítulo y hasta de los capítulos que siguen y, a veces y con cierto éxito, hasta adivino, en una conclusión irremediable, el final del libro para corroborar que cada historia lo tiene escrito desde que empieza y que resulta complicado huir de la lógica que organiza esta trama insensata o salir, por expresarlo de una forma sencilla, por la gatera y librarse de la trampa que el destino suele tener preparado para los invitados a esta fiesta triste y sin futuro en que se ha convertido nuestra propia historia.
Luego, cuando descubro, sin maldad ninguna y sin satisfacción y sin siquiera el placer infantil que proporciona acertar en esta ruleta de fortuna incierta, que llevaba razón y que, tras la página oculta, no hay más que lo que imaginaba, me inunda una triste sensación al constatar que no es que yo me haya convertido en mago y adivino, sino que finalmente el guionista se aburrió y comenzó a hacer lo que hacen los escritores que han perdido la gracia del mar; contar su propia vida o los años que estuvieron en la mili o su infancia perdida o lo que es más triste aún, sus amores frustrados y que, ya puestos, recibieron con placer la orden de sus editores de contar que el futuro, a pesar de las mil páginas leídas, no es más que una probabilidad peligrosa o, al menos, así viene siendo ahora que la vida se ha convertido para tanta gente en un macabro juego de azar.
Y no es que el "no future" me moleste demasiado; a fin de cuentas y allá por los ochenta y como todas las generaciones malcriadas, utilizamos con intensa pasión ese argumento como coartada para hacer un poco el burro, pero sí que me molesta la simpleza de los guionistas y la implícita maldad del director de orquesta que mueve la batuta del concierto y, sobre todo, me molesta que ante la evidente pestilencia que emana de sus actos, no podamos hacer nada que no sea dejarnos caer con la nariz tapada en medio de la charca que nos tienen preparada los Consejos de Administración de los bancos y sus cómplices del gobierno o del partido del gobierno con su divertido juego de hipotecas y suicidios.
Será por eso, por cambiar la palabra previsible o la conclusión irremediable de la historia o por la repugnancia que me provocan sus sonrisas, que me gusta el escrache y que los desahuciados les mienten la conciencia que no tienen.
Luego, cuando descubro, sin maldad ninguna y sin satisfacción y sin siquiera el placer infantil que proporciona acertar en esta ruleta de fortuna incierta, que llevaba razón y que, tras la página oculta, no hay más que lo que imaginaba, me inunda una triste sensación al constatar que no es que yo me haya convertido en mago y adivino, sino que finalmente el guionista se aburrió y comenzó a hacer lo que hacen los escritores que han perdido la gracia del mar; contar su propia vida o los años que estuvieron en la mili o su infancia perdida o lo que es más triste aún, sus amores frustrados y que, ya puestos, recibieron con placer la orden de sus editores de contar que el futuro, a pesar de las mil páginas leídas, no es más que una probabilidad peligrosa o, al menos, así viene siendo ahora que la vida se ha convertido para tanta gente en un macabro juego de azar.
Y no es que el "no future" me moleste demasiado; a fin de cuentas y allá por los ochenta y como todas las generaciones malcriadas, utilizamos con intensa pasión ese argumento como coartada para hacer un poco el burro, pero sí que me molesta la simpleza de los guionistas y la implícita maldad del director de orquesta que mueve la batuta del concierto y, sobre todo, me molesta que ante la evidente pestilencia que emana de sus actos, no podamos hacer nada que no sea dejarnos caer con la nariz tapada en medio de la charca que nos tienen preparada los Consejos de Administración de los bancos y sus cómplices del gobierno o del partido del gobierno con su divertido juego de hipotecas y suicidios.
Será por eso, por cambiar la palabra previsible o la conclusión irremediable de la historia o por la repugnancia que me provocan sus sonrisas, que me gusta el escrache y que los desahuciados les mienten la conciencia que no tienen.