viernes, 19 de abril de 2013

FUTURO INCIERTO


LA COLUMNA

Futuro incierto


JUEGO, en estos últimos meses y cada vez que llego al final de una página en un libro, a adivinar la palabra exacta y previsible con que empezará la siguiente y juego, también en ocasiones, a adivinar el transcurrir de cada una de las páginas que faltan, una tras otra, en cada capítulo y hasta de los capítulos que siguen y, a veces y con cierto éxito, hasta adivino, en una conclusión irremediable, el final del libro para corroborar que cada historia lo tiene escrito desde que empieza y que resulta complicado huir de la lógica que organiza esta trama insensata o salir, por expresarlo de una forma sencilla, por la gatera y librarse de la trampa que el destino suele tener preparado para los invitados a esta fiesta triste y sin futuro en que se ha convertido nuestra propia historia. 

Luego, cuando descubro, sin maldad ninguna y sin satisfacción y sin siquiera el placer infantil que proporciona acertar en esta ruleta de fortuna incierta, que llevaba razón y que, tras la página oculta, no hay más que lo que imaginaba, me inunda una triste sensación al constatar que no es que yo me haya convertido en mago y adivino, sino que finalmente el guionista se aburrió y comenzó a hacer lo que hacen los escritores que han perdido la gracia del mar; contar su propia vida o los años que estuvieron en la mili o su infancia perdida o lo que es más triste aún, sus amores frustrados y que, ya puestos, recibieron con placer la orden de sus editores de contar que el futuro, a pesar de las mil páginas leídas, no es más que una probabilidad peligrosa o, al menos, así viene siendo ahora que la vida se ha convertido para tanta gente en un macabro juego de azar. 

Y no es que el "no future" me moleste demasiado; a fin de cuentas y allá por los ochenta y como todas las generaciones malcriadas, utilizamos con intensa pasión ese argumento como coartada para hacer un poco el burro, pero sí que me molesta la simpleza de los guionistas y la implícita maldad del director de orquesta que mueve la batuta del concierto y, sobre todo, me molesta que ante la evidente pestilencia que emana de sus actos, no podamos hacer nada que no sea dejarnos caer con la nariz tapada en medio de la charca que nos tienen preparada los Consejos de Administración de los bancos y sus cómplices del gobierno o del partido del gobierno con su divertido juego de hipotecas y suicidios. 

Será por eso, por cambiar la palabra previsible o la conclusión irremediable de la historia o por la repugnancia que me provocan sus sonrisas, que me gusta el escrache y que los desahuciados les mienten la conciencia que no tienen.

viernes, 5 de abril de 2013

Poetas


Poetas

JUAN CAÑAVATE | ACTUALIZADO 05.04.2013 - 01:00
SI alguien piensa que los enfrentamientos que genera la lucha política exceden las mínimas normas de cortesía y educación, quizás debiera echar un vistazo al fino arte de florete, espada, sable, mandoble y navaja cabritera que practican últimamente los poetas granadinos; una especie que, por cierto, ha gozado de extraordinaria salud en nuestra tierra en los últimos años y que empieza a sufrir los estragos de la crisis como cualquier hijo de vecino, más que nada porque parece que empieza a no entenderse el presupuesto con que el ayuntamiento ¡Viva el señor alcalde y su concejal de la cosa! Justifica viajes, premios y lecturas de endecasílabos con rima en consonante que bien valen una foto, o dos, si estamos en período de elecciones. Y es que por más que quieran, no hay, según parece, ni flores ni premios para tanto rapsoda en este tiempo de pobreza colectiva. 

A un servidor la poesía le gusta mucho y más le gusta ahora que se han recuperado en Granada los viejos modos de Góngora y Quevedo. Cierto que no en la calidad de todos sus poetas, pero sí al menos en la bronca tabernaria que la anima, que esa, según parece, sí que es barroca y por todos compartida.

Y es que hasta las apariencias empiezan a perderse cuando la fiesta degenera y sobrepasa las formas contenidas que el buen gusto señala para estos tiempos de escasez, e igual va a ser por eso que un grupo de poetas, gente de la cultura, que es como los políticos suelen llamarlos en periodo electoral o culturetas que es como los llaman cuando no hay elecciones de por medio, han terminado por hartarse de tanto pasteleo y han hecho público, en un manifiesto anónimo, pero firmado, una denuncia sobre los tejes y manejes de un premio que, al parecer, controla la parte contratante de la primera parte sin dar el menor lustre a la parte contratante de la segunda parte. 

Yo, que aún sigo atónito por la capacidad que tienen los poetas por mentarse a la madre, al padre y al chache Federico si es preciso, confieso que no tengo ni puñetera idea de si el premio Alhambra, que creo que es como se llama el interfecto, es o no es un chanchullo entre amigos para la cosa del autobombo y del platillo. Y ya que la cosa va de confesión, también confieso que no sé, en este caso, quienes son los malos o los buenos, aunque mis sospechas tengo. Pero también confieso que llevo años preguntándome para qué sirve tanto premio de poesía, tanto festival internacional y tanto viajecito de poetas por las américas, incluido Nueva York, pagado con dinero público. 

Aunque igual me equivoco y son las editoriales las que pagan todo esto. En ese caso, perdonen las molestias.